Gárgolas

Los detalles

Cesare Beccaria, el jurista ilustrado, fue precursor en la defensa de un derecho punitivo que fuese humanitario. En el siglo XVIII puso en entredicho tanto la utilidad como la justicia de la pena capital. «¿Qué derecho tiene el Gobierno a despedazar humanos?»

Ilustración del ajusticiamiento por guillotina del rey Luis XVI

Ilustración del ajusticiamiento por guillotina del rey Luis XVI / BULLOZ / RMN-GRAND PALAIS / National Geographic

Josep Maria Fonalleras

Uno de los pensadores que mejor describió los mecanismos de la pena de muerte fue Jacques Derrida. A finales del XX dirigió dos seminarios que giraban en torno a este tema y estableció los parámetros que marcaban el ajusticiamiento, que lo amparaban, justificaban y hacían necesario. Más que morales o filosóficos, los argumentos que utilizaba para explicar los porqués eran políticos. No hablamos de tormentos medievales o de sádicas torturas, sino de la ejecución que emana de la propia existencia (y supervivencia) del poder estatal. «El Estado», escribe Derrida, «es testigo de la ejecución y a la vez testigo de sí mismo, de su propia soberanía, de su omnipotencia: este testimonio debe ser visual, ocular». Es decir, debe ser comprobable, ritualizado, debe cumplir unos requisitos, una reglamentación. Debe estar formalizado, debe regirse por un código. «Cuando el pueblo, convertido en Estado nación, ve morir al condenado, es cuando se contempla mejor a sí mismo, cuando toma conciencia de la soberanía absoluta, cuando se ofrece para que lo contemplen».

Cesare Beccaria, el jurista ilustrado, fue precursor en la defensa de un derecho punitivo que fuese humanitario. Y, ya en el siglo XVIII, puso en entredicho tanto la utilidad como la justicia de la pena capital. «¿Qué derecho tiene el Gobierno a despedazar humanos?», dijo. Poco tiempo después llegaba ese Estado moderno que implantaba la guillotina porque decían que era limpia e indolora. Y necesitaba ser visto, ser percibido como omnipotente: por eso las ejecuciones siguieron siendo públicas. Y es en la reglamentación, en la formalización de la muerte que le hace poderoso, donde se establece la propia debilidad del ejecutor. El terror habita en los detalles. Como en este último caso, el de la muerte de Kenneth Smith en la prisión de Atmore, en Alabama, con una nueva técnica que, según el fiscal general del estado, «es un método eficaz y humano». Los detalles. A las seis de la tarde comenzaba un período de 30 horas en el transcurso del cual el estado se exhibía (podía y lo hacía) con la muerte anunciada. 22 minutos de agonía, una hora concreta (las 20.25 h) en la que el recluso deja de respirar después de jadeos y convulsiones, de lucha inútil contra la hipoxia de nitrógeno. Los detalles. Un método que ni los veterinarios quieren para los animales que deben sacrificar. Los detalles. «Todo ha salido como esperábamos», dice uno de los funcionarios de prisiones. Ahora sabemos los detalles. No los contemplamos, como antes, pero sabemos que están ahí, como necesidad de la ceremonia, como constatación del horror.

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