Análisis

Israel mata el periodismo

Es gracias a estos pocos centenares de periodistas que todavía se atreven a informar, poniendo en riesgo sus vidas, que podemos saber algo de todas las salvajadas que se perpetran a diario en Gaza

Refaat Alareer y Shirin Abu Akleh, dos periodistas víctimas de los ataques del Ejercito de Israel.

Refaat Alareer y Shirin Abu Akleh, dos periodistas víctimas de los ataques del Ejercito de Israel.

Ernest Folch

Una vergüenza se abre paso dentro de la gran vergüenza. En un genocidio en el que un Estado mata a diario niños, bombardea hospitales y escuelas, bloquea medicinas y suministros básicos, y dispara impunemente sobre todo lo que le parece sospechoso, incluidos tres rehenes a los que mató desnudos y con una bandera blanca, parece casi una frivolidad hablar de los 69 periodistas muertos en Gaza, según el último y escalofriante dato del Comiitee to Protect Journalists.

En medio de este mar de destrucción y dolor, estos 69 asesinatos parecen una anécdota, pero no lo son. Porque hay que recordar la obviedad de que es gracias a estos pocos centenares de periodistas que todavía se atreven a informar, poniendo en riesgo sus vidas, que podemos saber algo de todas las salvajadas que se perpetran a diario en Gaza, y conocemos un poco mejor las condiciones infrahumanas en las que vive castigada y humillada su población civil. 

Todos estos periodistas no son víctimas colaterales de los bombardeos ni por supuesto terroristas, como los cualifica siempre el Ejército israelí para justificar su violencia indiscriminada: son sencillamente los únicos testimonios posibles de una barbarie que Israel quiere silenciar a cualquier precio, aunque sea el de sus vidas. 

Y es que los periodistas palestinos no mueren por estar en un lugar peligroso, como sugiere la propaganda oficial, sino que son asesinados por el hecho de serlo: sus móviles son rastreados minuciosamente y son perseguidos por drones hasta ser aniquilados, como es el caso de Refaat Alareer, profesor de literatura y periodista, una de las voces más conocidas del conflicto, que a pesar de cambiar de domicilio casi a diario, no pudo sortear un último y fatal misil israelí, que se llevó por delante a él y a seis familiares más. Israel sabe que para poder allanar Gaza la primera condición es esconder la verdad, si hace falta al precio de bombardearla. El Gobierno de Netanhayu no solo es especialista en matar, sino también en manipular: ha sabido narcotizar a su propia sociedad, donde escasas voces críticas (como el diario Haaretz) se atreven a denunciar los métodos inhumanos de su ejército, y en el exterior ha activado debidamente a sus conocidos lobbies que en muchos países, empezando por Estados Unidos, condicionan sin rubor su política exterior.

Sin embargo, la violencia de Israel con el periodismo palestino no es nueva: hace unos meses, antes de los ataques de Hamás, asesinó a sangre fría a Shirin Abu Akleh, la conocida periodista de Al Jazeera que perdió la vida por un disparo en la cabeza cuando cubría una incursión del Ejército en Jenín. Netanyahu quiere arrasar Gaza, pero en realidad persigue un fin superior y todavía más fanático: arrasar la verdad, y con ella el periodismo. ¿Se imaginan qué sucedería si una décima parte de esta masacre a periodistas la estuvieran perpetrando, por ejemplo, Rusia, China o Irán? La doble moral con Israel, en Occidente y en nuestra casa, es cada día que pasa más reveladora.

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