Hablando al aire

Última llamada

Antonio Balsalobre

Antonio Balsalobre

Es justo que el aeropuerto de Alicante lleve el nombre de Miguel Hernández. Una denominación que honra al poeta y su legado, y proyecta internacionalmente, si cabe más, su figura. Me pregunto, sin embargo, mientras espero la salida de un vuelo, y contemplo su rostro que me interpela desde un mural, cómo se hubiera tomado él este agasajo. Cómo se sentiría en medio de esta confusión, de esta ‘Babel de las babeles’, entre estos «difíciles barrancos de escaleras» y «calladas cataratas de ascensores»; él que era alto de mirar las palmeras y rudo de convivir con las montañas, y se vio bajo y blando en las aceras de la capital. Coincide este rencuentro con el poeta oriolano, con la aparición de las que probablemente sean las únicas imágenes en movimiento que vayamos a tener de él. Están rodadas en 1937, en Valencia, en el II Congreso de Escritores Antifascistas en defensa de la cultura. Miguel tiene 26 años, está sentado en las escaleras de un abarrotado hemiciclo, la mano apoyada en la barbilla, escuchando atentamente. 

Suena en los altavoces de la terminal una última llamada para un lugar lejano. Llamo desesperadamente a Miguel para decirle que se suba a ese avión. Que lo va a salvar de la barbarie. Pero en la distancia no me oye.