Las calores

Conticinio

Imagen generada con Midjourney, programa de Inteligencia Artificial

Imagen generada con Midjourney, programa de Inteligencia Artificial / Enrique Olcina

Enrique Olcina

Enrique Olcina

Sobre el Ministerio de Agricultura, en un segundo de extraño silencio de la glorieta de Atocha, Ceres, en su cuadriga, lanzó su voz broncínea al aire del Paseo del Prado. Su mensaje navegó ayudado por la brisa, breve, y la prisa de los taxis, llegando hasta Neptuno, que equivocó con su tridente la trayectoria y lo mandó a Cibeles.

Hipómenes y Atalanta, los leones, rugieron para dar aliento a ese mensaje volador hasta la Victoria del edificio Metrópolis, que aleteó para enviarlo a la Atenea del Círculo de Bellas Artes y parte de las palabras de Ceres se fueron para allá, pero otras se desviaron hacia Gran Vía donde una de las siete águilas que raptaban otros tantos Ganímedes en los techos de Madrid las mandó de vuelta a la Victoria.

Una vez que Atenea tuvo el mensaje de Ceres completo atado a su lanza, lo envió a donde Neptuno no pudo y cayó, invisible y con estruendo, delante de un turista borracho que pasaba por delante del Palace. Asustado por el ruido, dió un puntapié al aire, mandando el eco de metal que llevaba un imperativo a sus destinatarios. «Hablad». Daoíz, girado a la derecha, no miraba al león Velarde, terco, a la izquierda, en el Congreso, en el silencio más silencioso de la noche, el conticinio, en agosto, en Madrid.

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