Zihuatanejo

Centro

Con lo polarizada que está la vida política actual: con un PP y un Vox entendiéndose en la mayoría de ayuntamientos y comunidades autónomas y un PSOE tirado al monte en manos de los extremistas y de los nacionalistas, hace falta, ahora más que nunca, un proyecto de centro.

Albert Rivera, expresidente de Ciudadanos.

Albert Rivera, expresidente de Ciudadanos. / JAVIER BARRANCHO / PIM

Miguel de Capel

Miguel de Capel

UPyD y Ciudadanos nacieron en el País Vasco y Cataluña respectivamente, y no por causalidad. Ambos surgieron como dique de contención de los nacionalismos. Tampoco es casualidad que, en sus orígenes, ambos fueran partidos con vocación progresista. No en vano, quizás algunos ya habrán olvidado que UPyD son siglas de Unión, Progreso y Democracia. Partido con vocación de social democracia sin complejos. Fundado, entre otros, por el intelectual Fernando Savater, o por la ex eurodiputada socialista, Rosa Díez.

Ciudadanos, por su parte, fue fundado por un grupo de intelectuales catalanes, provenientes en su mayoría del PSC. También, obviamente, en sus orígenes se movió en el espacio de la social democracia desacomplejada y contestataria con el nacionalismo.

A pasar de que los manifiestos fundacionales y los postulados ideológicos eran prácticamente idénticos, y de que los votantes eran los mismos, y de que, obviamente, ocupaban el mismo espacio, no hubo forma de que se fusionaran y concurrieran juntos a las elecciones. Baldíos resultaron los esfuerzos de Albert Rivera, por un lado, y de Paco Sosa Wagner, otro intelectual de UPyD, por otro. No abundaré en la historia, por ser de sobra conocida. El caso es que, al final, Cs absorbió a UPyD, y concurrió a las elecciones autonómicas de mayo de 2015, y a las generales de diciembre del mismo año. Acaparando ese espacio político de un centro socio liberal. De hecho, lo que muchos seguramente desconocen es que Cs contaba en sus estatutos, desde su fundación, con la denominación de partido ‘progresista’. Nomenclatura, que a mi modo de ver, de manera errónea, fue eliminada en el Congreso de Coslada, celebrado en el año 2017. No sin ruido y contestación por parte, sobre todo, de la afiliación más antigua, la mayoría proveniente de Cataluña. Así como de algún que otro socialdemócrata despistado, como yo, que desde aquel momento, nos quedamos en minoría, pasando a ser versos sueltos en un creciente partido de avalancha.

Por tanto, ambas opciones, representadas en ulterior extremo de Cs, se identificaban en sus orígenes como reformistas, regeneradoras y transversales, con un fuerte calado socialdemócrata y liberal. Lo que grosso modo podríamos llamar: un centro que viraba, ligerísimamente, hacia la izquierda.

El éxito de Ciudadanos en Cataluña, y que tanto Albert como Inés, se envolvieran en la bandera española o que articularan sus discursos en el Parlament en castellano fue cosa lógica en un partido que pretendía plantarle cara al nacionalismo, que hizo que Ciudadanos fuera visto con simpatía por la derecha del resto del país.

Esto propició que, cuando el partido naranja diera el salto a la política nacional, centenares de ‘rebotados’ del PP se enrolaran en las filas naranjitas. Tengo para mí, que seguramente ninguno de ellos se había leído ni el programa, ni el propio manifiesto fundacional. Así nos ha ido. Le ahorraré al sufrido lector el relato de cómo ha terminado la aventura.

Aun así, y a pesar de la experiencia, sigo pensado que, con lo polarizada que está la vida política actual: con un PP y un Vox entendiéndose en la mayoría de ayuntamientos y comunidades autónomas, y condenados a entenderse a nivel nacional, y con un PSOE tirado al monte en manos de los extremistas y de los nacionalistas, hace falta, ahora más que nunca, un proyecto de centro, socio liberal, pactista, reformista, transversal y regenerador, que sea capaz de alcanzar acuerdos a ambos lados, dentro del espacio de la moderación. Y, obviamente, sin socios preferentes.

Y ahí, mi compañero y amigo Edmundo, tiene mucho que decir. Él, junto a Paco Igea, tienen la responsabilidad de reconstruir e ilusionar un espacio huérfano de proyecto, que no de potenciales votantes.

Suscríbete para seguir leyendo