La Feliz Gobernación

Teoría del pelmazo

Ilustración de Miguel López Guzmán

Ilustración de Miguel López Guzmán

Ángel Montiel

Ángel Montiel

En la vida cotidiana, sobre todo los que ya contamos algunos años, ganamos en salud y en tranquilidad de espíritu si rehuimos a los pelmazos. No, no, por Dios, un pelma no. Hasta un videoartista es preferible a un pelma.

¿Qué entendemos por un pelmazo? El típico que va de que lo sabe todo, que habla sin parar, que invade tu espacio vital, físico y verbal con su torrente incontenido y para quien no existen los puntos y aparte; el que si tiene la bondad de preguntarte algo siempre es en modo retórico para responder por ti; el que desvía el asunto de conversación por él mismo iniciado si escucha de fondo una acotación que percibe como refutación incómoda; el que si, por imposición de los que escuchan, te cede la palabra, no te da opción para iniciar un argumento, pues ya te está solapando en la mera introducción; el que cuando percibe que el otro expresa algo que no le es conveniente repite constantemente sobre sus palabras, como gota malaya, una inquisión a la que exige contestar con un sí o un no; el que cuando se ve obligado a callar utiliza el lenguaje no verbal; el que gesticula sin parar si en algún momento te permite hablar para sustituir con la mímica su oposición a lo que dices; el que se considera a sí mismo un argumentador incontestable y toda matización ajena la entiende como un disparate; el que te interrumpe a cada instante, pero te reprocha tu descortesía si eres tú quien lo interrumpes; el que no responde a tus interpelaciones, pero te exige que respondas con exactitud a las suyas; el que pretende que le des la razón por decreto-ley de la suya; el que lleva un guion fijo y vuelve a él constantemente aunque ya se lo hayamos escuchado cien veces; el que habla pero no escucha, y cuando a pesar de todo escucha, sigue hablando para no escuchar; el que no entiende que lo que para él es palabra de Dios, para otro resulte discutible... El pelmazo, en definitiva, es un tipo que emplea mucho tiempo en excusarse a sí mismo para dibujarse una imagen excelente, aunque añada con falsa humildad que «no soy perfecto», y esa imagen prefabricada de sí mismo la utiliza como arma para establecer prejuicios sobre el otro. Y así.

¿Cómo soportar a un pelma si no tienes más remedio que hacerlo? Con paciencia. Manteniendo la serenidad mientras el otro se agita. Sonriendo con actitud paternalista. Dejando que se enrede en su propia verborrea. Expresando de vez en cuando alguna ironía para que el otro se irrite más al constatar el distanciamiento. Atacando por los flancos para que se desconcierte. Y arrancando con algún argumento complicado para dejarlo ahí, a sabiendas de que la invasión verbal del otro no te va a permitir completarlo. No hará falta que te esfuerces mucho, pues quedará claro ante todos que si no has podido explicar tu posición es porque el otro «no me deja». El pelma se hunde solo, no precisa que lo empujes, pero si en algún momento se reforma por cansancio, le pinchas un poco y ya lo tienes de nuevo reproduciendo su papel de pelma.

Es muy importante saber que el pelma, por ser pelma, no necesariamente está ajeno a la verdad. Es peor: cuanto más razón tiene, más se asienta en ella y más pelma se pone. El pelma se pierde por las formas. Hay gente interesantísima con la que no quedamos a tomar café porque siempre pensamos que es mejor dejarlo para otro día. Nos perdemos grandes cosas, pero la más importante es que no nos van a dar la paliza.

En resumen. El debate de Atresmedia reunió a un pelma excitado y sobreactuado con un señor tranquilo que pasaba por allí y salió bendecido por la acción del primero. Esto de las elecciones, por lo que vamos viendo, no va de buena gestión, de alternativas certeras y razonables, de pactos coherentes y saludables, sino de construcciones formales que alientan instintivamente la simpatía o el rechazo. La política ha devenido en espectáculo y, pasada por televisión, en superespectáculo. Si haces el pelma y vas desatado, pierdes. Y gana quien, sin más, se divierte observando cómo te hundes tú solo.

A ver si al final va a ocurrir que Sánchez es quien va a derogar el sanchismo.