Tribuna Libre

Destino

Andrés Pacheco

En un espléndido comentario publicado hace unos meses en la prensa murciana, el profesor Díez de Revenga rescata un poema de Miguel Hernández para mí desconocido. Una de las estrofas es del siguiente tenor: "Sentenciado a quererte me han parido/ y no habrá quien me quite esa sentencia/ que a los pies de tu sombra con vehemencia/ enfrentado me tiene y esparcido."

Mi doble condición de jurista y de amante de la poesía me llevó a reflexionar largamente sobre tales versos. El poeta se encuentra atrapado desde su nacimiento, y sabe que nadie lo indultará, que el destino lo ha ubicado a merced de un amor y lo vive con vehemencia, pero lo hace a la sombra, palabra que otorga un factor esencial a su expresión, pues nada más inevitable que la sombra, esto es, se refuerza así la esencia de su inmodificable situación. Y en el último verso describe su parecer al respecto. Pues confiesa encontrarse enfrentado y esparcido. Lo primero porque, pese a aceptar su vida, la censura, se enfrenta a ella, precisamente porque no pueda alterarla ni mínimamente, pero a la vez se manifiesta esparcido, esto es, alegre con su suerte, porque es la que le ha tocado. Determinismo y disponibilidad se enlazan así en la mente del poeta. La idea que subyace es que, aunque todos los seres vivos están sometidos a su destino, sólo el ser humano puede adoptar una posición voluntaria ante el mismo, pues los animales ni se enfrentan a su sino ni se divierten a su costa, únicamente tratan de sobrevivir, porque, aun irreflexivamente, aman la vida y desean prolongarla.

Pero, hay que reiterarlo, el destino nos marca, nos conduce y nos condiciona, por distinto y por distante que sea. Por inmodificable al albur de nuestros deseos y nuestras esperanzas. Así lo era en la mitología clásica, de manera que ni los dioses podían cambiarlo, aunque lo conociesen. Las moiras, voceras de los propios dioses, podían informar sobre el destino de quienes a ellas acudían, pero nunca el oráculo pasaba de ahí, del conocimiento del mismo, sin alterarlo nunca.

La sucesión de acontecimiento que conectan el nacimiento con la muerte, es decir, la vida, consiste en pasar, en seguir un camino desconocido y predeterminado, para los creyentes por Dios y para los no creyentes por la naturaleza.

Eliodoro Puche, otro poeta bien conocido y estudiado por aquel profesor, describe su condición de mero observador cuando escribe: "Y te veía pasar/ allá en mi ausencia amarga/ por todos los senderos/ sombríos de mi alma. Y te veía pasar/ en primavera rosa/ en verano dorada/ en otoño violeta/ y en el invierno blanca."

Idealiza a su amada con una constante y repetida imagen, coloreando su vida según los distintos tiempos, pero siempre la contempla como ajena, como ausente, lo que ensombrece, como en Miguel Hernández, su alma, lo que le produce amargura, le agrada, pero le enfrenta con su destino y se alegra, se esparce al asumirlo.

Quien haya aguantado hasta aquí en la lectura de estas consideraciones se preguntará ¿ y todo esto a qué viene? .

Pues viene a cuanto, ojalá fuese un cuento, de una frase que escuché ayer mismo en una tertulia radiofónica sobre la guerra en Ucrania. Al conocerse la noticia de la vil destrucción por las tropas invasoras de una importantísima presa de aquel país, alguien comentó que veremos más barbaridades como esa, ya que «es el destino de los ucranianos».

No puedo admitirlo. Ni Dios ni la naturaleza pueden concebir esa suerte para una población entera. Cuando me represento las aguas anegando las cosechas del denominado granero de Europa y arruinando así la existencia de millones de personas no puedo sino rebelarme. No admito que tantos seres humanos se encuentren al albur de un extranjero malvado y asesino, de un descerebrado sin control ni freno. El agua es la vida y quien nos quita el agua nos aniquila la vida. Por eso, cuando mueren los ucranianos sin ningún sentido fracasa la vida, y en especial cuando se trata de niños indefensos. Esto hay que pararlo, y no dejarlo en manos del destino, pues es imposible que tantos destinos coincidan en la actualidad en esa nación europea. Habrá que insistir hasta la extenuación en poner coto al malvado, en liberar a los inocentes, en que la razón vuelva a imperar.

No sé si la solución es militar, diplomática o económica, o tal vez todo junto, pero hay que lograrla. Y a eso exhorto a quienes hoy toman las grandes decisiones en el mundo, pues, de lo contrario, las consecuencias del crimen nos ensombrecerán a todos, sea cual sea nuestro destino.

Por cierto, también la mitología griega concebía el inframundo (el infierno) como un lugar del que nunca se podía salir, pero hubo quien por amor consiguió rescatar de ese abyecto lugar a su amada. Vale la pena intentarlo.

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