Erre que erre (rock n roll)

Stop! Agresiones sanitarias

Más del 70% de la plantilla de un centro de salud cualquiera, un día cualquiera, ocupa su puesto con la certeza de que, aunque se deje los cuernos haciendo bien su trabajo, va a recibir una agresión en forma de violencia verbal

Luis Melendez / Unsplash

Luis Melendez / Unsplash

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

«Es terrible, dentro de mí estoy luchando como un animal acorralado, pero nadie me hace caso. Podría pedir ayuda, pero nadie escucha mis gritos, y, sin embargo, sé que algo debo hacer para poder seguir viviendo así. Ayúdenme, ayúdenme, ayúdenme» Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1971).

En esta vida puedo llegar a entenderlo todo, con una excepción, la falta de educación. Absoluta intolerancia crónica a las personas carentes de civismo, las de dudosa urbanidad, las que ofenden gratuitamente. Básicamente, porque considero que es el único don con el que contamos para poder convivir. Ya no hablo de bondad, que sería extraordinario, hablo de cortesía y urbanidad. Los que trabajamos cara al público sabemos que, amén de la formación y experiencia, debemos andar bien dotados de características que no contemplan otros oficios: amabilidad, paciencia, presencia... Demasiadas habilidades sociales las que nos exigen como para que llegue el lumbrera de turno y se permita el lujo de volcar contra nosotras unas formas inadmisibles, carentes de decoro. No tiene ningún sentido mantener un tono correcto si a cambio vas a recibir un portazo a modo de improperio. 

Considero que tengo los trabajos más bonitos del mundo; de esos que ayudan en cuerpo, mente y espíritu a todo el que está cerca. Es lo que tiene ser una pieza del puzle sanitario y encargada de bar, dónde la música que anima el ambiente depende en gran parte de mi criterio. Créanme, es el piropo más certero que nunca me dijeron, y fue el inmenso Jorge Drexler quien lo hizo: «En el hospital ayudas a curar cuerpos enfermos, pero en este espacio, sanas almas». A pesar de las vicisitudes ocurridas, no hemos aprendido casi nada, todo parecía tornar a perfecto en el trato sanitaria/paciente, y para nada. He descubierto en primera persona un mundo paralelo; desconocido hasta hace poco, dónde, en ocasiones, brilla por su ausencia la empatía, el respeto, la solidaridad y la tolerancia con los profesionales que cada día vamos a trabajar a un centro de Atención Primaria, y lo hacemos con la incertidumbre de recibir un contagio cualquiera porque a según quién no le apetezca guardar las formas y medidas sanitarias. 

Eso les aseguro que no es lo realmente grave, al fin y al cabo va en el sueldo. Lo atroz que les cuento es que más del 70% de la plantilla de un centro de salud cualquiera, un día cualquiera, ocupa su puesto con la certeza de que, aunque se deje los cuernos haciendo bien su trabajo, va a recibir una agresión en forma de violencia verbal (amenazas, insultos y descalificativos), y si se descuida, una embestida física en toda regla. Es escandalosa la frustración o el hartazgo que se ha instalado en esta sociedad, como escandaloso es que se hayan interpuesto en el año que acaba de terminar más de 13.200 denuncias por agresiones a profesionales sanitarios que, además de no ser los responsables de la situación, llevamos años de incansable lucha. Para remate final, les diré que en el 80% de las veces, la agredida es una mujer. No hay bemoles para más. Sabemos que la realidad es aún más aplastante, pero no se denuncia ni se declara, y hay días que no podemos más.

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