Hablando al aire

Todo se transforma

Antonio Balsalobre

Antonio Balsalobre

El viernes 22, a las cuatro menos veintisiete minutos de la madrugada, comenzó el solsticio de invierno. Un acontecimiento mítico asociado al renacer de la naturaleza (empiezan a alargarse los días y a acortarse las noches) y celebrado por todo lo alto en su día por romanos, pueblos germánicos y muchas otras civilizaciones. No es, pues, una casualidad que desde hace algo más de quince siglos el cristianismo festeje la Navidad solo dos o tres días después de este renacimiento, el de la luz. Ni que lo haga con otro nacimiento, el del niño dios. Una religión en expansión en un imperio en declive no encontró mejor manera de arraigarse que sustituyendo poco a poco un nacimiento por otro. Pero solo en el motivo de la celebración, no en su contenido. Es más, los siete días de fiestas desenfrenadas que duraban las saturnales para celebrar este solsticio, con intercambio de regalos y decoración de árboles y casas, se han ampliado, al incluir nochevieja y reyes. Y todo esto para qué. Pues para deciros que aquí también, aunque no lo parezca, se hace realidad aquello de que nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Lo que no cambia es mi deseo, sea cual sea lo que cada uno celebre, de que pasen unas muy felices fiestas y tengan un próspero año nuevo.

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