Diario apócrifo

Diario apócrifo: no queremos reyes idiotas

"Yo tuve que aguantar hasta abucheos en la entrega de algún premio por parte de falangistas que me odiaban a muerte"

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Después de pasar de los 8 a los 10 años en un internado de Suiza, más solo que la una, finalmente mi padre cedió a las pretensiones de Franco de que me formara en España. Y el modelo del dictador era cualquier cosa menos agradable. Encima, vivía yo solo en un palacete de La Castellana y cada una de mis horas estaban pautadas, de la mañana a la noche y de lunes a domingo. Solo recibía a amigos de vez en cuando. En cambio, venían a visitarme gentes que tendrían sus motivos para querer verme, pero yo no tenía ninguno para querer verlos a ellos. Entre otros estaba Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei. ¡Menudo plasta! En fin, que cualquier muchacho de mi edad tenía mucha más libertad y diversiones que yo encerrado en aquel palacio. ¡Así me he desquitado después, jeje! Más tarde, mi preparación para el ingreso en la Academia General Militar de Zaragoza fue un suplicio bajo la dirección del general Martínez Campos. Vaya tipo gris, amargado y rígido como un palo.

Los falangistas eran totalmente contrarios a la causa monárquica. Tenían mucho ascendiente sobre Franco, hasta el punto de que le producían algunos dolores de cabeza, porque eran muy celosos con su parcela de poder. Supongo que se temían que si el Generalísimo restauraba de inmediato la Corona se les podían acabar sus privilegios. No conocían bien al Caudillo: tenía la intención, que desde luego cumplió, de dejar la jefatura del Estado solo cuando se muriese. El caso es que yo tuve que aguantar hasta abucheos en la entrega de algún premio por parte de falangistas que me odiaban a muerte; y habían adoptado la consigna «no queremos reyes idiotas», que gritaban cada vez que les parecía que había una ocasión y, sobre todo, si yo estaba presente en un acto público. Yo tragué mucha quina, sí. Además, la prensa trataba muy mal a la monarquía en la persona de mi padre. Incluso mis compañeros en la Academia del Ejército se burlaban de mí por lo que la prensa decía de él. Pero yo aguanté.