8M | María Rocío Álvarez Inmunóloga

María Rocío Álvarez, Mujer Murciana del Año: "Hicimos muchas horas extra sin cobrar hasta conseguir el primer trasplante renal en 1985"

Ser distinguida como la Mujer Murciana del Año 2024 supone "un privilegio" que sirve para "reconocer el trabajo de otras mujeres que ejercen en el campo farmacéutico" y para visibilizar a las "compañeras" que han trabajado y han contribuido al desarrollo de la Inmunología en la Región de Murcia

La epidemióloga, inmunóloga y doctora en Farmacia María Rocío Álvarez se jubiló en el año 2014 y este viernes recibe su reconocimiento.

La epidemióloga, inmunóloga y doctora en Farmacia María Rocío Álvarez se jubiló en el año 2014 y este viernes recibe su reconocimiento. / Juan Carlos Caval

Adrián González

Adrián González

«El trasplante renal de 1985 fue el gran hito que nos sirvió para que empezaran a creer en la Inmunología, que era una especialidad desconocida e incluso ignorada por algunos clínicos de prestigio». Epidemióloga y doctora en Farmacia, la moratallera de nacimiento y caravaqueña de adopción María Rocío Álvarez es la Mujer Murciana del Año 2024. Fue la primera mujer en acceder al cargo de Jefa de Servicio en un hospital en Murcia, en concreto al de Inmunología en el Virgen de la Arrixaca.

Ha sido reconocida como la Mujer Murciana del Año 2024. ¿Qué supone para usted este reconocimiento por parte de la sociedad murciana? 

Supone un privilegio, aunque no tengo el perfil, a mi entender, de mujer que ha luchado por el feminismo al uso en mi época. Sí he luchado por mantener mi estabilidad, por mi puesto de trabajo y por crear una unidad nueva. Este reconocimiento me sirve para poner en valor a otras mujeres que ejercen en el campo farmacéutico en pueblos muy retirados que hacen una tarea muy encomiable y, sobre todo, para visibilizar a todas las compañeras que han trabajado conmigo desde una posición mucho más discreta que la mía y que han contribuido al desarrollo de una unidad importante en el hospital Virgen de la Arrixaca que da apoyo actualmente a muchísimas especialidades. En ese sentido, lo recibo con alegría, pero también me pone en una situación de pudor que me abruma un poco.

"La investigación científico-sanitaria ha tenido un avance imparable gracias al IMIB"

 ¿Cómo le comunicaron este nombramiento?

Me llamó la consejera de Política Social para decírmelo. Me emocioné y me quedé muy sorprendida. No sé quién me propuso para optar a este reconocimiento, pero se lo agradezco inmensamente. Como digo, me da la oportunidad de visibilizar a personas que han trabajado conmigo en perfecta unión y con ilusión para sacar adelante todo el trabajo. Quiero también mencionar la labor de doctoras como García Alonso, que vino de fuera y que apoyó mucho el desarrollo de la Inmunología e incluso abrió una línea nueva de consulta de enfermedades inmunológicas. Pero antes de que viniera ella trabajé también muy estrechamente en colaboración con la doctora Luisa Jimeno, que era nefróloga. Hicimos una serie de trabajos conjuntos durante muchas largas horas de trabajo no remuneradas, ya que entonces no se pagaban las guardias, hasta conseguir que el 25 de julio de 1985 se hiciera el primer trasplante renal en la Región de Murcia.  

¿Hay algún otro momento de su trayectoria que recuerde con especial cariño?  

El trasplante renal de 1985, como digo, fue el gran hito que nos sirvió para que empezaran a creer en la Inmunología, que era una especialidad desconocida e incluso ignorada por algunos clínicos de prestigio. Pero ya a partir de ahí se empezó a ver que servía y, de hecho, ha sido la base de la mayoría de proyectos de investigación que configuraron al principio el actual Instituto de Investigación Biosanitaria (IMIB), en el cual yo fui la directora del Área VI mientras estuve en activo. 

Sus estudios también han ayudado a mejorar la comprensión y el tratamiento de determinadas enfermedades...

Evidentemente. Yo comencé a trabajar gracias a que el doctor Candel, que era entonces mi jefe, empezaba a diagnosticar las enfermedades hematológicas. Él me dijo: ‘Tienes que ponerte a trabajar conmigo para el diagnóstico de las enfermedades hematológicas’, ya que entonces no estaban muy desarrolladas en Murcia. Yo me dediqué fundamentalmente a los estudios inmunoquímicos para diagnosticar lo que se llaman gammapatías monoclonales: las hay benignas o malignas. Cuando son malignas constituyen una enfermedad denominada mieloma múltiple. El empezar a diagnosticar esa enfermedad antes del histórico trasplante renal también fue otro gran hito. Luego se empezaron a diagnosticar las enfermedades autoinmunes con pruebas reumáticas y con estudios de fluorescencia. En los últimos años antes de jubilarme, trabajé codo con codo con Alfredo Minguela. Iniciamos una aplicación al estudio del cáncer que él ha desarrollado después con múltiples proyectos para el estudio del cáncer de vejiga, que es muy frecuente actualmente. Y lo está haciendo con rotundo éxito. 

¿Cómo ve actualmente la investigación científico-sanitaria en la Región de Murcia? 

En los últimos años ha tenido un avance imparable. Ha pegado una explosión, afortunadamente, gracias al IMIB, que ha incorporado a otros inmunólogos que trabajan también en enfermedades inflamatorias. La verdad es que no tiene nada que ver con lo que había en mi época, cuando ni había medios técnicos ni personal. Los reactivos los teníamos que prefabricar nosotros mismos en el laboratorio, mientras que ahora viene todo empaquetado y todo se hace por métodos mucho más factibles. Y, sobre todo, en este acelerón tienen mucho que ver los métodos de biología y genética molecular que han agilizado mucho los trabajos. De la etapa del primer trasplante renal en la Región recuerdo que con la doctora Jimeno, a veces, hacíamos jornadas de 24 horas para conseguir saber cuál era el mejor candidato al trasplante y ahora en 4 o 5 horas se sabe. La diferencia es notable.

¿Desde cuándo le viene su vocación científico-sanitaria?

Nunca he tenido una vocación clara. Mi única vocación era saber, conocer... Inicialmente me gustaba mucho la Física y quise hacer la carrera, pero era una niña medio enfermiza, con muchas infecciones de garganta, muy delicada y delgada. Mi padre no quería que me fuera lejos y, como tenía una hermana en Granada, me dijo que me fuese allí, donde me decanté por Farmacia. Estuve un año en el hospital de la vieja Arrixaca con el doctor Candel de asistente voluntaria sin cobrar nada. Me lo pagaba yo dando clases particulares por la tarde. Y al año siguiente, a través del doctor Candel, conocí al profesor Sabater, catedrático de Biología en la Universidad de Murcia y que después fue rector. Él me consiguió una beca y me nombró profesora ayudante de Biología. También fue mi director de tesis en un ámbito que no tenía nada que ver con la sanidad, sino con la agricultura. Metodológicamente, esta tesis me sirvió mucho después porque estudié el efecto de la congelación en las proteínas del limonero en las heladas. Después, esa la metodología la aproveché con el doctor Candel para poner a punto el estudio de las gammapatías monoclonales y diagnosticar el mieloma.

"Es necesario mucho más apoyo a la conciliación familiar para que la mujer pueda progresar"

¿Por qué cree que es importante seguir resaltando la figura de la mujer hoy en día?

Se ha conseguido mucha igualdad, pero no la absoluta. Hay más estudiantes universitarias que estudiantes universitarios en la mayoría de facultades de ámbito biológico, aunque en las técnicas no tanto. Pero luego en los cargos, por razón de sexo, la mujer tiene que procrear, tiene que atender a los niños y se paraliza mucho la progresión. Hace falta mucho más apoyo a la conciliación familiar para que la mujer pueda progresar.

¿En algún momento a lo largo de su dilatada trayectoria laboral ha sentido que la han minusvalorado por ser mujer?

No. Tengo que decir que siempre me he cruzado con hombres fabulosos que no miraban la condición sexual de la persona, sino la capacidad. Y todos me han apoyado mucho, no me he sentido discriminada. De hecho, fui ascendiendo en mi vida profesional gracias al apoyo siempre de hombres. Con mi primer jefe, el doctor Candel, hubo una mujer que me apoyó mucho: la doctora Sánchez Calvo, que era la segunda de a bordo. Por su parte, el profesor Sabater fue el que me gestionó la beca para irme a París. En la Arrixaca, el que entonces era director, Máximo Posa, nunca fue mi jefe, pero fue un hombre de mente abierta y, como tenía el poder de la gestión, consiguió que pudiera ir a París y que me guardaran la plaza en el hospital. Y, luego, evidentemente, una vez que estuve en París, el profesor Jean Dausset-recién nombrado Nobel de Medicina e impulsor de los primeros trasplantes en Europa- me ayudó muchísimo. Junto a estos maestros siempre hubo mujeres de segundo nivel en la época que para mí fueron fundamentales porque me apoyaron y me dieron directrices de cómo tenía que hacer las cosas.