Opinión | Verderías

Un fiestón de plásticos

Quizás los sardineros podrían empezar a pensar en reducir la cantidad de juguetes que ofrecen, sustituir lo más posible el plástico por otros materiales y contribuir a la concienciación ciudadana

Asistentes al desfile del Entierro de la Sardina tratan de coger los juguetes lanzados desde las carrozas.

Asistentes al desfile del Entierro de la Sardina tratan de coger los juguetes lanzados desde las carrozas. / Israel Sánchez

Sin duda, el murcianísimo desfile del Entierro de la Sardina resulta un evento de lo más singular y divertido. No en vano, la fiesta está declarada como de Interés Turístico Internacional, y cada año somos más personas las que la vivimos y la disfrutamos. Este año, el ayuntamiento ha cifrado en más de un millón de personas las asistentes al conjunto de desfiles que suman la Semana Santa, el Bando de la Huerta y el propio Entierro.

Junto con el Bando y las actividad del resto de la semana, el Entierro de la Sardina es responsable, además, de que la ocupación hotelera sea durante esos días realmente espectacular en la ciudad de Murcia, que la hostelería viva una semana pletórica y que residentes y turistas lo pasen muy bien en una ciudad que se viste de gala y que da su mejor imagen, replicada además de forma infinita en las redes sociales de los visitantes, reforzando con ello su reputación y su imagen corporativa ante propios y extraños.

Todo bien entonces ¿no?

Bueno, no todo. Quizás algo chirría en la fiesta en pleno siglo XXI y nos puede hacer pensar sobre ello, aunque ya avanzo que ese algo es un algo a lo que no es viable renunciar.

Igual ya imaginan que me refiero al monumental derroche de infinidad de juguetitos e inutilidades varias que las carrozas reparten entre el público durante el desfile. Todas, o casi todas ellas, de puro plástico. Este año, la agrupación sardinera ha estimado en unos dos millones y medio las piezas repartidas por las carrozas, y ya les digo yo que no exageran mucho, habida cuenta de que mi cría pequeña se llevó a casa, con una sonrisa enorme en la cara, al menos medio millón de ellas.

A saber cuánto de ese enorme fiestón de plástico acaba en los próximos días en los ríos y mares de nuestro entorno, la mayor parte, seguro. Parece claro que es poco sostenible este aspecto de la fiesta para los tiempos que corren.

Sin embargo también es cierto que la propia esencia y la singularidad del Entierro estriba precisamente en ese reparto de juguetes y en la normalmente incruenta batalla entre los asistentes para agarrarlos al vuelo. Es la clave del éxito del desfile, y a la gente, sobre todo a los niños, les encanta. Es imposible, por tanto, e incluso inconveniente, renunciar al reparto de juguetes durante el Entierro de la Sardina.

Entonces, ¿qué hacer? Probablemente poca cosa. Las piezas de plástico son absurdamente baratas si las compras masivamente, y ahí está la clave del asunto. Quizás los sardineros podrían empezar a pensar progresivamente, tal vez año a año, en reducir la cantidad de juguetes que ofrecen, sustituir lo más posible el plástico por otros materiales y contribuir a la concienciación ciudadana compensando en alguna forma el dispendio con acciones durante el año de ‘mea culpa’, tipo repoblar bosques, limpiar de basura las ramblas y cosas de ese estilo.

Suscríbete para seguir leyendo