Opinión | Dulce jueves

Elegir el amor

Elegir el amor es elegir el candor y la confianza, exponer el alma desnuda a todas las heridas y mantener la fe, porque el núcleo del amor es intocable

Mary Sill

Mary Sill / Unsplash

«Lo tenía todo, al menos todo lo que importa. El amor, el deseo y la voluntad de hacer que dure y la confianza: durará», escribe Emmanuel Carrère, autor y narrador de la novela De vidas ajenas. «Y la sabiduría de conformarse, de amar lo que tenía, de no desear más. El don de permitirse vivir sin mala conciencia y sin prisa».

¿Es el amor una elección? Y si lo fuera, ¿cuál sería la renuncia? Renuncia a la soledad, a la melancolía, a la tristeza, a la incertidumbre. Pero no, no se abandona nada. Elegir el amor es elegir el candor y la confianza, exponer el alma desnuda a todas las heridas y mantener la fe, porque el núcleo del amor es intocable. Nos mantiene al borde del abismo, pero a salvo. Ese es su misterio, lo que nunca comprendemos del todo. 

De vidas ajenas trata sobre la parte más dura de la vida: la enfermedad y otras catástrofes que lo ponen todo boca abajo, de cómo las afrontamos y cómo nos reponemos, si es que lo hacemos. 

El autor lo escribe en su condición de testigo y observador muy cercano de dos de esas experiencias límite: la pérdida de una hija y la muerte de una madre joven. Desgracias ajenas que le sirven para reflexionar sobre su vida y los grandes y pequeños acontecimientos que le dan sentido o se lo quitan, y qué lugar ocupan en medio de la catástrofe el amor y la felicidad. 

De esta forma, una historia sobre las pérdidas irremediables se convierte en una historia sobre la voluntad de conservación. El cuidado del amor como una forma de delicada rebelión contra el destino, un acto de coraje que nos cura de la desesperación. 

'De vidas ajenas', de Emmanuel Carrère.

'De vidas ajenas', de Emmanuel Carrère. / Anagrama

A mi mujer este libro le pareció muy duro, casi insoportable, por su exposición del dolor que causan accidentes de todo tipo. Yo vi en él la decisión lúcida de abrir los ojos ante lo peor y someter a esa luz todas las dudas, los miedos. La elección del amor, no como ceguera, sino como voluntad de hacer perdurar la verdad que, en un momento dado, el destino nos confió en forma de una historia nacida de la nada o del azar. Da más miedo la debilidad a la hora de proteger el amor que los peligros a los que le somete el destino. Porque el destino no lo puedes dominar, pero sí puedes creer y permanecer fiel a tu fe, a la verdad que un día se te regaló, proteger aquello que a otros se les ha arrebatado. Y mientras lo tengamos, cuidarlo depende tanto de ser capaces de verlo vivo en el pasado (la duración de los recuerdos) como en el futuro. 

Si el amor es la plenitud, su elección es la aceptación de su luz y su herida. Su lugar está en los grandes horizontes, en atardeceres inmensos, en salas vacías, en pequeñas habitaciones, entre las cosas que tocamos cada día, en la mirada que apartamos ante el horror y en la mirada de la ternura. 

La apuesta del amor es contra un contrincante más experto y poderoso y, como todo lo que está basado en la fe, está muy cerca de la locura y la insensatez: es todo lo que importa y durará.

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