Opinión | Salud y rock and roll

Una pasión diferente

Belén Unzurrunzaga.

Belén Unzurrunzaga. / L.O.

Todos tenemos una historia. La mía comienza en Lorca (Murcia) un 2 de noviembre. Nunca he vivido allí, pero tengo recuerdos imborrables de las Navidades en la casa de los abuelos, llena de gente, los primos de Valencia y Madrid, el dálmata de la abuela, el sótano lleno de trastos donde jugábamos... Eran otros tiempos, hasta que llegas a la vida adulta no te das cuenta de cómo el tiempo pasa rápido y, por desgracia, todo desaparece cuando los abuelos fallecen. Cada uno sigue su camino, el nexo de unión salta por los aires y la casa en la que habíamos sido tan felices se convierte en un lugar desconocido, al que no tengo ninguna gana de volver.

A pesar de todo, hay una cosa que mantengo y mantendré siempre, algo que hago por mis abuelos, por mi madre, y que ahora sigue vivo en mi sobrina Elena. Entre mi hermano y yo hemos conseguido contagiarle algo que no se puede entender si no lo vives: nuestra devoción por una pasión diferente, la Semana Santa de Lorca. Si no conocen de lo que les hablo, déjenme que les cuente desde el cariño y el amor que mi familia me ha inculcado desde que nací. Aunque sí hay alguien que les puede contar nuestra Semana Santa de Lorca, ese es mi compañero de página y gran amigo de vida Enrique Olcina.

Desfiles bíblico-pasionales dónde azules y blancos representan el Antiguo y el Nuevo Testamento, una Semana Santa diferente. Cleopatra, Nerón, las Tribus de Israel o los cuatro jinetes de la Apocalipsis. Cuadrigas, jinetes sin montura y grandes carrozas acompañan al cortejo religioso de cada uno de los pasos, Azul y Blanco, sin olvidar al paso Morado y el paso Encarnado.

Belén Unzurrunzaga.

Belén Unzurrunzaga. / L.O.

Nuestra Semana Santa, lejos de ser recogimiento y silencio, es pasión, vítores y gritos desgañitados: «¡Viva la que es guapa, viva lo que nunca podrán tener, viva el paso Azul, viva la Dolorida, viva la Dolorosa, viva la más hermosa, viva la envidia de aquellos!». Todo esto así leído y sin contexto les parecerá de otro planeta, pero les garantizo que merece la pena vivirlo una vez en la vida, sentados en las gradas, junto a nosotros, aunque no creo que nos entiendan nunca.

No soy creyente, pero en estos días me transformo en una hooligan de la virgen de los Dolores, a la que estoy deseando ver en la calle Juan Carlos I, y pedirle por todos los míos, así como ver procesionar la belleza del Cristo Yacente. O ver a Nerón comiéndose el pavo, y a los etíopes sin montura haciendo acrobacias. Por si no se han dado cuenta todavía, soy Azul. Mi abuelo y mi madre me hicieron Azul, y para mí es un orgullo y una emoción que cada año por Semana Santa vuelve y me transforma, me hace ponerme a gritar en el palco, agitar el pañuelo, meterme desde una sana rivalidad con los blancos. Tirarle pétalos al trono de la virgen y esperar con ansia que Enrique (mi compañero de página en este diario) se suba a la tribuna para animar la procesión, y cómo pasa en Las Vegas, lo que pasa en el palco se queda en el palco. Por cierto, pueden ver a través de la televisión autonómica cada Viernes Santo nuestra pasión diferente, se lo recomiendo. Si me ven, no se asusten, es una vez al año. Cómo dato, ningún año la televisión autonómica retransmitía el Viernes de Dolores, y qué curioso, este año he visto cosas que jamás creería, a Fernando López Miras subido en una cuadriga, representando a Teodosio I el Grande, retransmitido por la televisión autonómica. ¿Casualidad? No lo creo. En cuanto a qué el presidente salga en procesión haciendo alarde de emperador romano, el forjador del cristianismo, que afrontó y superó una guerra contra los godos y dos guerras civiles, si no lo veo, no lo creo. Este alarde adolescente lo veo innecesario, y una falta de respeto a la Virgen de los Dolores y al paso Azul que presidía la procesión. Hazlo hoy, Domingo de Ramos, pero qué sabré yo.

Viva el paso Azul.

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