Dulce jueves

Bukele, héroe o tirano

La incógnita es si en el futuro habrá democracia o si Bukele, que un día se definió como «el dictador más ‘cool’ del mundo», se convertirá en un ejemplo más de un autoritarismo populista que gana simpatizantes en todas partes

Nayib Bukele, presidente de El Salvador

Nayib Bukele, presidente de El Salvador / Salvador Melendez - AP

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Me impresionó el otro día Nayib Bukele en la rueda de prensa donde anunció su aplastante victoria en las elecciones de El Salvador. Un periodista le preguntó por el peligro de que su Gobierno acabe con la democracia. Desde un pequeño atril en un escenario enorme, vestido con polo ajustado de manga corta, vaqueros y una gorra a lo Mel Gibson en Arma letal, respondió: «En El Salvador jamás ha habido democracia». Eso es cierto con respecto al pasado en un país que vivía bajo el régimen del terror de las pandillas. Pero ahora la incógnita es si en el futuro habrá democracia o si Bukele, que un día se definió como «el dictador más ‘cool’ del mundo», supongo que, irónicamente, se convertirá en un ejemplo más de un autoritarismo populista que gana simpatizantes en todas partes. Da igual que sea en un pequeño país centroamericano que en el imperio EE. UU. o en la plácida Europa. El auge contemporáneo de formas autoritarias de poder, que se valen del apoyo popular para socavar las democracias desde dentro, se explica por una situación de crisis y por un contexto cultural e ideológico caracterizado por el caos moral, el desprecio por la verdad y la indiferencia por los valores en la política. Tiene éxito solo cuando se extiende la idea de que la democracia y sus principios liberales de diálogo, separación de poderes, rendición de cuentas, tolerancia y pluralidad son obstáculos a la eficacia en el ejercicio del poder.

Bukele puede ser un héroe de la libertad o un tirano moderno. Quizá está a tiempo de ser lo primero. Le pregunté a una amiga salvadoreña, que lleva un tiempo viviendo aquí, a quién había votado y le pedí que me ayudara a entender qué llevaba a la gente a apoyar a un político que violaba los derechos humanos en su guerra contra la delincuencia, hostigaba a la prensa o atacaba la independencia judicial. Me contó muchas cosas y me conmovió la firmeza y la serenidad con que lo hizo, incluso cuando eran historias muy duras que había vivido en su propia piel. No pronunció en ningún momento las palabras democracia, libertad o justicia. Y, sin embargo, no hablaba de otra cosa. «Mi familia es muy humilde y durante toda mi adolescencia viví una vida llena de miedo por las reglas que imponían la Mara MS y la Mara 18. Como eran rivales, ocupaban pueblos como si fueran suyos. Si alguien era del bando contrario, lo golpeaban hasta matarlo. Los pequeños negocios, las señoras que vendían fruta en la plaza... todos tenían que pagar la renta, un pago diario o semanal a los mareros, supuestamente porque protegían el territorio, pero lo único que hacían era robar el poco dinero que ganaban. Yo iba en autobús desde mi pueblo a la ciudad para estudiar el bachillerato y cada día salía con la incertidumbre de si ellos subirían. Mi madre nos decía a mis hermanos y a mí que si se subían los mareros y nos querían bajar, porque te ponían un cuchillo en las costillas, mejor gritáramos para que nos mataran ahí mismo. Preferiría vernos muertos a no saber qué hicieron con nosotros. Los secuestros, desapariciones y asesinatos eran el pan de cada día. A las seis de la tarde todo el mundo ya estaba encerrado en casa porque las maras merodeaban por el pueblo. Nadie confiaba en nadie, una frase que nos enseñaban nuestros padres era «ver, oír y callar». Muchos de mis conocidos, amigos y vecinos, fueron asesinados solo por negarse a entregar sus bolsos de regreso a casa... Gracias al régimen de excepción, y a pesar de que ha sido un proceso muy duro, hoy se respira un aire diferente, un aire de paz, el miedo está casi olvidado por completo. Estoy deseando regresar y vivir una nueva era en El Salvador».

Suscríbete para seguir leyendo