Tribuna Libre

¿Es la prudencia hija del fracaso o musa del éxito?

La prudencia no es solo una estrategia anticipada, sino un aprendizaje que se ha ido forjando en las batallas y las derrotas de la vida

Leonard Beard

Leonard Beard

Pedro Juan Martín Castejón

La prudencia es esa virtud tan elogiada a lo largo de la historia, como el faro que guía nuestras decisiones hacia un puerto seguro. Sin ella, nuestra propia existencia parecería estar continuamente en peligro. Es considerada una de las cuatro virtudes cardinales según la filosofía aristotélica, y se manifiesta como la capacidad de reflexionar sobre las consecuencias de nuestras acciones. Desde la perspectiva del cristianismo consiste en discernir y distinguir lo que está bien de lo que está mal y actuar en consecuencia. En esencia, consiste en la evaluación del riesgo, una ponderación cuidadosa antes de lanzarse a la vorágine de decisiones que configuran nuestra vida. Sin embargo, el papel de la prudencia no es uniforme en todos los sectores y situaciones. Su relevancia puede variar según el contexto y las consecuencias en juego. 

En el ámbito empresarial, por ejemplo, la mayoría sostiene que el riesgo calculado es esencial para el éxito del negocio. Aquí, la prudencia es interpretada como una restricción, limitando la disposición a asumir desafíos audaces que podrían conducir a un crecimiento exponencial de los beneficios. Así, la línea entre el éxito y el fracaso se vuelve borrosa, y la prudencia se convierte en una herramienta cuya eficacia depende del terreno en el que se despliega.

Es común encontrar refranes y frases del saber popular que abogan por la prudencia, respaldándola con afirmaciones basadas en estadísticas no formales y construcciones sesgadas de la realidad, por ejemplo: «Hacer como el carpintero: medir dos veces, para cortar una vez». Se argumenta que la prudencia evita fracasos en un gran porcentaje de las decisiones, presentándola como una estrategia infalible para alcanzar el éxito paso a paso, y con mesura. Sin embargo, esta lógica no considera la complejidad de cada situación, donde la cantidad de análisis y prudencia requerida varía enormemente de un momento a otro.

La prudencia, en su esencia, invita a analizar con mayor profundidad los datos y las consecuencias, permitiendo determinar el nivel de riesgo que se está dispuesto a asumir. Sin embargo, no puede ser reducida a una regla universal, sino más bien a un método para operar con un equilibrio entre el éxito y el fracaso. Es en este punto donde algunas personas pueden percibir la prudencia como un fracaso en sí misma, argumentando que el exceso de precaución puede frenar la innovación y limitar las oportunidades que ofrece el mercado.

Desde la perspectiva de la Gestión del Fracaso, se considera que la prudencia no es solo una elección consciente de evitar el fracaso, sino también el resultado de experiencias previas que no han tenido un buen final. Es muy probable que alguien sea prudente en ciertos aspectos debido a lecciones aprendidas en momentos de fracaso. 

En este sentido, la prudencia no es solo una estrategia anticipada, sino un aprendizaje que se ha ido forjando en las batallas y las derrotas de la vida. Por ello, en el ámbito empresarial, es probable que aquellos que han enfrentado reveses sean más propensos a ejercer la prudencia. La experiencia del fracaso actúa, la mayoría de las veces, cómo un maestro severo, inculcando la importancia de evaluar cuidadosamente las decisiones antes de tomarlas. Así, la prudencia se convierte en una armadura forjada en el crisol del fracaso, proporcionando una guía valiosa para evitar peligros futuros. En consecuencia, si consideramos a un grupo de individuos que comparten experiencias empresariales, es probable que aquellos que han enfrentado desafíos y fracasos sean más prudentes en comparación con los que están comenzando el camino del emprendimiento. 

En conclusión, la relación entre la prudencia, el éxito y el fracaso es compleja y multifacética. Si bien la prudencia puede ser vista como la descendiente del fracaso en algunos casos, también se manifiesta como una compañera leal e inspiradora del éxito en otros. La clave radica en reconocer que la prudencia es una herramienta que debe ser utilizada con discernimiento, adaptándola a las circunstancias específicas. Ya sea como un escudo forjado en el calor del fracaso o como un faro que ilumina el camino hacia el éxito, la prudencia es una fuerza poderosa que guía nuestras acciones en el intrincado camino de la vida.

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