Gárgolas

Un buen país

Es en el tuétano de la ley de amnistía donde se enmarca que «la aplicación de la legalidad es necesaria, pero a veces no es suficiente para resolver un conflicto político sostenido en el tiempo»

Pedro Sánchez saluda al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, tras ser Sánchez votado de nuevo jefe del Ejecutivo en el debate de investidura.

Pedro Sánchez saluda al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, tras ser Sánchez votado de nuevo jefe del Ejecutivo en el debate de investidura. / Eduardo Parra / Europa Press

Josep María Fonalleras

La lectura combinada de los textos del acuerdo entre Junts y PSOE y de la exposición de motivos de la proposición de la ley orgánica de amnistía nos aporta varios datos interesantes que nos ayudan a entender el momentum (más episódico que no fundamentado) más allá de los ruidosos y abrumadores bramidos en contra. Ante todo, «la constatación de que la situación política actual permite alcanzar un acuerdo para abrir una nueva etapa». 

Esto no es cierto del todo, porque aunque la situación generada «a partir del resultado de las elecciones» se ha convertido ciertamente en «una oportunidad histórica», la valoración que deberíamos hacer es que el pacto (con la amnistía incorporada) se hace a propósito, sí, pero no porque la situación lo permite, sino porque lo convierte en numéricamente imprescindible.

Este es en cierto modo el quid de la cuestión. Se alcanza ciertamente un nivel de reconocimiento que no veíamos desde el preámbulo del Estatut de 2006, cuando se hablaba del «ejercicio del derecho inalienable de Catalunya al autogobierno», de los derechos históricos y del concepto de nación. Pero, a diferencia de entonces (y del recorte infausto como consecuencia del recurso y la campaña del PP, anotada por Pedro Sánchez en la investidura como causa inmediata de los males que vinieron después), cuando la propuesta del nuevo Estatut no respondía a una «oportunidad», sino a una suerte de compromiso histórico, ahora resulta que ensalzamos, como también ha dicho Sánchez, la virtud de la necesidad.

Llegamos a una cierta entente cordiale que reconoce «las divisiones que siguen tensando las costuras de la sociedad», que admite «demandas con un profundo recorrido histórico» y que constata «la desafección de una parte sustancial de la sociedad catalana», una desafección que es necesario desactivar con «la eliminación de las circunstancias que la provocan». Los acuerdos hablan de «distintas sensibilidades nacionales», al tiempo que describen unos caminos que deben transitar, todos, «dentro del ordenamiento jurídico nacional e internacional».

Y es en el tuétano de la ley de amnistía donde se enmarca que «la aplicación de la legalidad es necesaria, pero a veces no es suficiente para resolver un conflicto político sostenido en el tiempo». Táctica y no estrategia que nace de un episodio azaroso, pero termina con la frase del día pronunciada por un Pedro Sánchez capaz de convertir las migajas del pan electoral en ladrillos de una reconstrucción civil, «un reencuentro total»: «Que los catalanes que se sienten independentistas vean que España es un buen país para ellos».

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