Tribuna Libre

La complicidad en la mentira

La verdad hace libre, y prostituirla, sobre todo permanentemente, es un ejercicio de desconsideración y deslealtad a los ciudadanos, a todos, los que sostienen en el poder a quien así actúa y los que no

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard

Andrés Pacheco Guevara

Ya en la Grecia clásica, el pensador Epicteto de Frigia escribió: «La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad».

Y a ello quiero dedicar una reflexión, a compartir con quienes tengan el valor de adentrarse en la lectura de este artículo periodístico.

Todas las ideas, y hasta las ideologías, parten del conocimiento y la interpretación que el ser humano hace de la realidad, de la que contempla directamente y de la que conoce por lo que otros, de forma oral o escrita, le cuentan y transmiten. Pero una y otra realidad no se alteran por la asunción que de ellas realice cualquier persona, pues la verdad no admite una hermenéutica individual, es la que es y basta. Ahora bien, lo que sí es posible es que se tergiverse, es decir, que se mienta sobre esa realidad, desprendiendo de ello consideraciones acordes con lo que cada individuo trata de defender, mayormente porque le interesa.

Pues bien, en la actualidad una de las líneas transversales de la sociedad es la mentira, que, evidentemente, consiste en alterar la verdad, atajar su desnudez y revestirla con el ropaje que se adecúe a las necesidades de cada uno. Se miente en todo, en las relaciones familiares, en la convivencia social, en el trabajo (absentismo), en los deberes tributarios, en los negocios y, desde luego, en la actividad política, que curiosamente debería de ser la más noble, la más ajena al engaño o a los intereses particulares, y ello especialmente en las llamadas democracias occidentales, que Dios las perpetúe.

Muy relacionada la política con el pensamiento de cada uno, se les reprocha a veces a los que practican, o viven, de esa actividad la circunstancia de cambiar de tendencia a conveniencia, pero ello no es rechazable si cada ‘bandazo’ obedece a una saludable evolución, hacia uno u otro lado, de aquel pensamiento. Se podrá mantener incólume la verdad de ese sujeto, aunque sea distinta, e incluso distante, de la en otro tiempo sostenida. Un buen amigo, que ya no vive, fue tildado de falso porque a lo largo de su vida pasó de un extremo político al opuesto, y este contestó lo siguiente: «es cierto, en mi vida he cambiado mucho de camisa, pero siempre la he llevado limpia». Y hubo de reconocer quién le achacaba tal deriva que nunca había faltado a la verdad, aun desde la perspectiva ideológica que en cada etapa había presidido su vida.

Pero no siempre se actúa así, sino que, llevados por el puro interés del momento, se defiende con entusiasmo una cosa y la contraria, es decir, se miente descaradamente.

En sus mítines, los políticos, de todos los partidos, hablan a públicos ya entregados y eso les permite decir cuanto quieran, sea o no verdad, llegándose a veces a la grotesca imagen de asistir a un foro donde detrás del orador se encuentran sus más directos colaboradores, y da grima verlos mover la cabeza en sentido afirmativo cada vez que su líder suelta una obviedad, incluso una insensatez, eso sí, aplicada a su verdad y la de quienes le escuchan. De la misma forma, esos corifeos se mantienen con las manos muy próximas para arrancar a aplaudir fervientemente cada vez que el jefe hace una inflexión en su discurso. Sinceramente, la escena me parece bochornosa, con todo el respeto para quienes la protagonizan. Y es que me produce sorna y tristeza saber que esos actos de afirmación, como se decía en la dictadura, se llevarían a cabo igualmente si a la semana siguiente ocupara la tribuna otro líder, recientemente nombrado, entre otras cosas, para que se vaya fijando en las caras de sus nuevos incondicionales, lo que le pudiese llevar a conservarlos en sus cargos.

Y es que, como decía el filósofo, quien miente necesita cómplices siempre, cosa distinta a quien plasma en sus manifestaciones la verdad, la realidad de las cosas, por mucho que quiera y hasta honestamente piense que puede hacerlo, en cambiar esa realidad por otra distinta y ajustada a sus ideas sobre la gobernabilidad del Estado, de las Comunidades Autónomas de los Ayuntamientos.

En suma, la verdad hace libre, y prostituirla, sobre todo permanentemente, es un ejercicio de desconsideración y deslealtad a los ciudadanos, a todos, los que sostienen en el poder a quien así actúa y los que no.

Se preguntarán algunos qué pasa con las mentiras piadosas. Hay que ser moderadamente tolerantes con ellas, pues siempre van encaminadas a evitar un mal mayor. Y, por cierto, como me dijo un día aquel amigo, de cintura para abajo, todas las mentiras son piadosas.

Que Dios reparta suerte.

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