El prisma

De los Balcanes al Senado

En este ambiente de crispación que recrea y explota la derecha no hay lugar para convocar nuevas elecciones. Máxime cuando ha de cumplirse aún la mecánica constitucional de que el candidato Sánchez demuestre si tiene apoyos para formar una mayoría gubernamental

Alberto Núñez Feijóo

Alberto Núñez Feijóo / JUAN CARLOS HIDALGO / EFE

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

El PP tiene prisa. Le han entrado las urgencias por volver a La Moncloa. El gran poder regional que obtuvo en mayo le hizo creer que desbancar a Sánchez y compañía era coser y cantar. Con ese ánimo llegó a las generales de julio, apoyado en Vox como pata imprescindible para dar el salto al poder total en el Estado. Pero su no victoria dizque le nubló las entendederas y lo lanzó a una investidura fallida de antemano no se sabe muy bien con qué propósito.

Había un cierto impulso mesiánico en el discurso presidencialista de Feijóo previo a su fiasco parlamentario. Un como si no se quieren enterar lo voy a explicar yo para que se den cuenta de su (tremendo) error al no apoyarme. Encontró enseguida un leitmotiv central con la amnistía que Sánchez negó tres veces antes de que los siete escaños de Junts se convirtieran en imprescindibles para que siga encaramado en el pedestal monclovita.

La mayoría de los sondeos de opinión alentaban, y alientan, a la cúpula popular en su demanda de nuevas elecciones generales; cuanto antes, no: ya mismo y por la vía de urgencia. No caen en la cuenta en que, igual que otros respetaron sus tiempos para presentar candidato fallido a la investidura, ellos deben hacer lo propio. No es un capricho ni una ventaja: es lo que marca la Constitución y, tan respetuosos que dicen ser con ella, no deberían proponer cosa diferente. Aunque, por otra parte, tengan demostrado con contumacia ese respeto manteniendo sin renovar cinco años ya el CGPJ.

Sin embargo, la memoria, por corta que sea, enseña que cada cual cuenta la feria según le va en ella. Así que, mientras Sánchez se empeña con tesón y secretismo a su particular misión imposible que parece no serlo, Feijóo pierde el oremus declarativo y, progresivamente, va desbarrando más y más en su afán indesmayable por evitar un gobierno dependiente, dice, de separatistas, golpistas, exterroristas y vaya usted a saber cuántos demonios más cobijados bajo el mano protector del socialismo gobernante del que ahora reniegan aquellos próceres de otrora de cuyos nombres a veces no deberíamos ni acordarnos.

Cualquier pretexto es bueno para intentar desprestigiar preventivamente al equipo de Sánchez. Algunos son muy desafortunados. La polémica en torno a las críticas a la respuesta desmedida israelí al terrorismo de Hamás ha sido una ocasión sin igual para que más de uno y más de dos se mantuvieran calladitos. Es normal en un gobierno de coalición que los miembros de la misma muestren opiniones diferentes. Las de Ione Belarra, por ejemplo. Pero eso no influye en el resultado, puesto que la política exterior es prerrogativa del ministro del ramo y, en última instancia, del jefe de Gobierno.

No contento con polemizar sobre este asunto, Feijóo ha dado un exagerado paso más allá yéndose verbalmente a los Balcanes. Según ha hecho saber, el líder popular no está dispuesto a «permitir que el país se balcanice», como si hubiera en España algún paralelismo posible con aquellas violencias yugoslavas de limpiezas étnicas y violaciones generalizadas del derecho humanitario. Además, el uso partidista del Senado como ariete contra una amnistía aún inconcreta enseña cómo será la próxima legislatura.

En este ambiente de crispación que recrea y explota la derecha no hay lugar para convocar nuevas elecciones. Máxime cuando ha de cumplirse aún la mecánica constitucional de que el candidato Sánchez demuestre si tiene apoyos para formar una mayoría gubernamental. Si no lo logra, los augurios no serán buenos con el PP echado al monte dialéctico y Vox provocando crisis de gobernabilidad intentando aplicar sus máximas ultraderechistas donde manda en coalición con los populares. Ya lo hace en ayuntamientos y autonomías. Habría que ver qué clase de desbarajuste será capaz de provocar como socio de gobierno de Feijóo.

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