Diario apócrifo

Suárez

Bernar Freiría

Suárez. Suárez es capítulo aparte, porque a ese sí que lo elegí yo, no los españoles. Creo recordar que lo conocí en un viaje a Segovia, cuando él era gobernador civil. Por aquel entonces, me parece que Franco, que todavía mandaba mucho, aún no me había nombrado oficialmente sucesor. Los moscardones que zumbaban a su alrededor me miraban con desconfianza. Así que la buena disposición de este joven cachorro del Movimiento me ganó desde el primer día. Yo creo que nos dimos cuenta de que nos necesitábamos el uno al otro. Por ejemplo, yo conseguí que lo nombraran director de TVE, que entonces era la única que había, y él fue leal y agradecido sacándome en la pantalla todo lo que podía, para que fuera ganando popularidad.

A muchos les sorprendió que, cuando por fin pude quitarme de en medio al llorón de Arias Navarro, no eligiera a alguien de más pedigrí. Pues por la sencilla razón de que yo sabía que Suárez nunca me miraría por encima del hombro, como habrían hecho otros prohombres del franquismo que se creían mucho más sabios que yo. Suárez me respetaba, me escuchaba y me obedecía. Yo creo que tuvo algunas intuiciones brillantes, pero la cosa se le acabó yendo de las manos y llegó un momento en que perdió el control. Seguramente no estaba preparado para estar al frente del país en unos momentos tan complicados y las consecuencias de los errores que sin duda cometió llegan hasta la actualidad.

Pero lo mismo que lo puse, también lo tuve que quitar. Porque él no se iba. Nuestra relación se fue deteriorando, sobre todo desde que ganó las primeras elecciones de la democracia y, como lo habían elegido los españoles en las urnas, decía él, ya no me rendía cuentas. Si yo no lo hubiera nombrado presidente, a ver de qué iba a haber podido él solo ganar esas elecciones y armar un partido, aunque al final también se le puso en su contra. En fin, que nuestras últimas reuniones eran a cara de perro y en una de ellas llegué a pedirle que dimitiera, pero ni así. Hasta que no vio que no le quedaba otra salida, no puso su cargo a mi disposición. Pero ya era tarde. Ya no tenían arreglo sus desaguisados.