De cine

Arnold, Hércules en Hollywood

Arnold, el documental de Netflix sobre Arnold Schwarzenegger

Arnold, el documental de Netflix sobre Arnold Schwarzenegger

Para un niño de los 80, Arnold Schwarzenegger era lo más parecido a uno de aquellos dioses del olimpo de los libros de cultura clásica, una escultura griega que había vencido la rigidez del mármol y se paseaba por los cines de medio mundo con una soltura asombrosa. Uno lo veía levantando su espada en Conan, el bárbaro, preparándose para la batalla, o lo observaba atravesando las calles de Los Ángeles en esa Harley Davidson prestada al comienzo de Terminator 2, y sabía que aquello no podía ser obra de ningún ser humano. Digamos que Schwarzenegger se instaló en nuestra infancia y que sus hazañas cinematográficas nos hicieron un poco más felices.  

Para volver a toda esa atmósfera fantástica puede que Arnold, el documental que corre estos días por Netflix, se presente como un plato irresistible. Nuestro protagonista, puro en boca y en las puertas del otoño, narra en primera persona la consecución de todos los ochomiles que ha encarado a lo largo de su vida. Se trata de un viaje apasionante con paradas en la cima del culturismo, en el cielo de Hollywood y en lo más alto de la política californiana. Posiblemente todo lo mostrado en la serie les resulte demasiado familiar, sin apenas espacio para la sorpresa, pero el relato está regado con ese espíritu de superación que siempre le ha acompañado y les servirá, en cualquier caso, para reconciliarse con el mito.

En los orígenes de esta historia, a escasos minutos del inicio del documental, hay un episodio de una enorme justicia poética. El joven Schwarzenegger acude a un cine en Graz a ver una película sobre Hércules en los años 60 y algo se rompe en su interior. Según él mismo describe, contemplando en la oscuridad de la sala los esfuerzos titánicos de Reg Park, el hijo de Zeus en la tierra de aquellos tiempos, se dio cuenta de que la única posibilidad que tenía de escapar del viejo continente pasaba por sus músculos. A partir de ese momento, comienza un entrenamiento homérico con vuelo directo al sueño americano tantas veces evocado.  

De todos los recovecos de su biografía, yo me quedo, sin lugar a duda, con el epicentro de su carrera cinematográfica. Observando los cortes de ciertos títulos rescatados en el segundo capítulo de la serie, creo que Arnold tuvo una década dorada en la que (casi) todo el material filmado es de una categoría extraordinaria. Incluso su cuerpo en aquella época resultaba mucho más atractivo, sin esa tirantez al borde del desastre nuclear exigida por los campeonatos de culturismo. Pertenecen a esta hornada pedazos de mi alma cinéfila como son las odas medievales de Conan, el apocalipsis según James Cameron en Terminator y Terminator II, el Desafío total de Paul Verhoeven, o esa locura desordenada que aún no he podido quitarme de encima que es Poli de guardería.

Cuando surge la oportunidad, me gusta batirme en duelo contra ese ejército de catedráticos del cine que tachan a Schwarzenegger de actuar como una ‘máquina’. Soy el primero que reconoce que puede llegar a ser un intérprete terrible, existen ciertos borrones en su filmografía difíciles de digerir, pero hay un cierto magnetismo en su rostro, más allá de sus bíceps, que te hace sentir como si estuvieses ante el delantero centro del equipo de tus amores. Si, además, cae en las manos adecuadas, la película se convierte en una auténtica maravilla. Ahí dejo Mentiras arriesgadas por si sigue habiendo dudas en la sala.

En mitad del documental aparece Sylvester Stallone para rememorar los años gloriosos en los que se disputaban la cartelera. Puede que sus músculos rivalizasen en la pantalla y que ambos sigan siendo menospreciados, pero hemos de reconocer que el cine de acción alcanzó una dignidad y una profundidad insólita para este género. En Arnold encontrarán una extensa lista de pruebas irrefutables para soportar esta tesis. Espero que sepan disfrutarlas. 

De lo contrario, como diría uno de sus personajes, «sayonara, baby».

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