Jodido pero contento

Mil formas de perder dinero y solo una para conservarlo

Portada.

Portada. / L.O.

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Sin quererlo ni buscarlo, este año se me juntaron lecturas sobre diferentes tipos de estafas con la visión del largometraje y la serie documental sobre Bernard L. Madoff, protagonista del mayor esquema Ponzi que los tiempos hayan conocido. Por cierto, una película y una serie altamente recomendables, en HBO y Netflix respectivamente. Si hay algo parecido una tragedia griega contemporánea, esa es la historia de Madoff, que pasó de la riqueza absoluta a la cárcel en un abrir y cerrar de ojos, y ya encarcelado tuvo que sobrellevar el suicidio de uno de sus hijos, la muerte por cáncer del otro y contemplar cómo su pareja de toda la vida y madre de sus hijos tenía que dormir en su coche despojada de toda pertenencia personal por los feroces métodos de recuperación del dinero estafado por parte del administrador nombrado por el juez del caso. Y eso entre insultos y recriminaciones sin cuento, incluso de los propios hijos del defraudador.

Precisamente uno de los libros que he leído este año, titulado Lying for money (no hay edición publicada en español pero que se traduciría literalmente como «mintiendo por dinero») explica bastante bien la estructura básica de casi todos los tipos de fraude que se cometen, y todos se basan curiosamente en la confianza. Porque sin confianza, explican los autores, no existiría el comercio ni la economía capitalista. Puedes pensar de ti mismo que eres muy cuidadoso con tu dinero y no te dejas engañar por los continuos intentos de estafa digital que te llegan a tu móvil, pero es literalmente imposible contar siempre con toda la información necesaria para evitar caer en un fraude, grande o pequeño, como los que se nos presentan a lo largo de una vida cada vez más conectada y, por tanto, más expuesta. Y si sucede que eres un empresario activo en el mundo comercial, mucho más.

Mi historia como emprendedor, y no es el único caso que conozco, está repleta de confianzas defraudadas, hayan sido más o menos planificadas conscientemente por el defraudador. Como ocurre con los pequeños robos en un supermercado, hay que asumir ese quebranto como un coste de operaciones. Incluso a la poderosa y despiadada Agencia Tributaria le toman miserablemente el pelo con los fraudes a cuenta del IVA, como es el caso protagonizado por dos murcianos pillados con las manos en la masa esta misma semana.

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Pero los fraudes típicos, que consisten la mayor parte de las veces en vender a crédito para comprobar cómo la mercancía acaba desapareciendo delante de tus narices y el comprador en paradero desconocido, es solo una de las situaciones en el que tu dinero se puede volatilizar. También es muy fácil, y lo hemos visto este año con las criptomonedas, dejarse llevar por los beneficios rápidos de una burbuja de activos, sobre todo cuando tienes conocidos que se han enriquecido con la compra y venta de los famosos bitcoins, ethereum o los cientos de inventos creativos de blockchain que aparecieron este año cada día y que han conducido al desastre y a la ruina a multitud de confiados inversores. También en la Bolsa se pierde dinero (pregúntaselo a los accionistas de Facebook o Tesla), pero el manual del inversor te dice que, si esperas el tiempo adecuado, todo lo que baja acaba subiendo. Y viceversa.

Pero el exceso de confianza no sería casi nada si no fuese acompañado de la avaricia, esa misma que fomentan los autores de cursos sobre ‘riqueza financiera’ que pueblan el submundo de las redes sociales, haciéndose ricos mientras tanto sin necesidad de seguir los arriesgados consejos que facilitan a su audiencia. Total, que si no andas con mucho cuidado al manejar tu dinero, tendrás muchas posibilidades de perderlo, como los miles de inversores que confiaron en Bernie Madoff y que pusieron a su disposición la friolera de 65.000 millones de dólares. Es para reírse, si no fuera para llorar, que uno de sus correligionarios judíos afectado por el fraude pusiera el grito en el cielo (como se constata en el documental de Netflix) porque hubiera sido capaz de estafar a Elie Wiesel, conocido superviviente del holocausto y premio Nobel de la Paz. El enjuiciado Madoff pone la misma cara que si le mencionaran a Indíbil y Mandonio.

Solo hay un tipo activos que aseguran tu dinero a largo plazo y que produzcan de paso rentabilidades anuales cercanas al diez por ciento, y son los inmuebles, especialmente locales y oficinas. Tenemos asociada en nuestra mente la Gran Crisis Financiera del 2008 con el estallido de la burbuja inmobiliaria, cuando muchas casas recién compradas acabaron embargadas y hubo un descenso generalizado del precio de las viviendas, solo para recuperarse con más fuerza una vez que terminaron las vacas flacas. A siete años de turbulencias siguieron siete años de vacas gordas que parecen toca a su fin este año por el aumento de los tipos de interés y la disminución consiguiente de la demanda de inmuebles. El caso es que nadie se arruinó comprando una casa para vivir en ella, e incluso comprando una segunda casa y pagándola con el alquiler de un tercero. Si una inversión ha demostrado su resiliencia a toda costa, esa es la inversión inmobiliaria.

No estaría completo esta artículo si no mencionara la forma más habitual y ruinosa de perder dinero. Me refiero obviamente al juego y a la lotería. Un cierto placer sádico me embarga todas las Navidades al constatar la cantidad de mis semejantes que pierden una parte de su patrimonio financiero jugándoselo a la lotería, sadismo que se transmuta en tristeza cuando se contempla el goteo diario de dispendios que hacen los miembros más desposeídos de nuestra sociedad para alimentar en vano sus ilusiones jugando a los ciegos, la primitiva o las máquinas tragaperras. Si la gente invirtiera en propiedades inmobiliarias una parte de lo que arriesga y pierde en el juego, otro gallo les cantaría.

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