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Nos vemos en el bar: el lugar de encuentro de los vecinos de la 'Murcia vaciada'

Los restaurantes de las pequeñas pedanías altas del Noroeste se han convertido en puntos de encuentro para los vecinos de la ‘Murcia vaciada’ y en refugio para turistas y visitantes

Vecinos de El Moralejo junto a José Moreno, quien regenta el Salón Social.

Vecinos de El Moralejo junto a José Moreno, quien regenta el Salón Social. / Enrique Soler

Enrique Soler

Enrique Soler

El último bar, el símbolo más notable de la tan llamada ‘España vaciada’ y que la sociedad sigue teniendo la idea de que poco se hace por ella, más que hablar y hablar sin llegar a plantear soluciones tangibles a un problema, que en la Región de Murcia va más a allá de los entornos rurales, ya que también está afectando a los núcleos urbanos, y si centramos el foco, a los barrios antiguos de cada municipio de la comarca del Noroeste

Los últimos bares que quedan en pedanías y que franquean la línea de un mero restaurante, significan un punto de encuentro y un hilo de vida dentro de los núcleos diseminados, que, excepto en ocasiones muy puntuales, cada vez se ven más deshabitados y cada día son más los vecinos que cierran sus casas, en unos casos para volver por vacaciones y en otros para siempre.

En el municipio habitado más alto de la Región de Murcia, la pedanía moratallera de Inazares, encontramos el restaurante El Nogal. Hace más de 20 años era un colmao para abastecer a los habitantes que quedaban en la pedanía. Por aquel entonces cerca de un centenar. Con la construcción de una hospedería rural, Caserío Inazares y el boom del turismo rural que vivió la Región por aquellos años, comenzando por la zona de Sierra Espuña y siguiendo por el Noroeste, Mercedes se aventuró a convertirlo en un pequeño restaurante.

Pruden, propietario de El Nogal, con un cliente.

Pruden, propietario de El Nogal, con un cliente. / Enrique Soler

Su objetivo era dar comidas a los visitantes de la hospedería y del turismo rural, que cada vez con más fuerza llegaban hasta la aldea, bajo el paraguas del turismo de naturaleza, teniendo como gran escenario de fondo la Sierra de Revolcadores y el Pico de los Obispos, que con sus 2.014 metros de altitud, lo convierten en el punto más alto de la Región. 

Hoy el restaurante lo regentan Pruden y Juani. A lo largo de estas dos décadas han realizado varias ampliaciones y se ha convertido en todo un clásico a la hora de visitar la pedanía y, sobre todo, en los tiempos donde la nieve hace acto de presencia. Como en ‘perro flaco todo son pulgas’, cada vez nieva menos. 

Además de los clientes que reciben durante los fines de semana y en momentos puntuales, siguen atendiendo a los escasos 20 vecinos que residen durante todo el año en la pedanía, por lo que se ha convertido en algo más que un negocio, ya que sigue dando un pequeño hilo de luz y de servicio a sus convecinos. 

Servicio público durante la pandemia

Durante la pandemia, uno de los sectores esenciales en la crisis sanitaria fue el del transporte. Sin su funcionamiento no hubiera sido posible el abastecimiento de alimentos y medicamentos, entre otros. Con el cierre de estaciones de servicio, la posibilidad de realizar paradas tanto para comer como para la higiene personal se vio mermada. Pero ahí estaban restaurantes como El Gran Ruta, ubicado en la carretera RM-730, que conecta Caravaca de la Cruz con Puebla de Don Fadrique, a la altura de la pedanía de El Moral, que abrió para atender a profesionales y conductores. Se trata de la carretera que usan los transportistas para conectar la zona del Mediterráneo con Andalucía. 

Pruden es capaz de nombrar a las gentes que residen, y sabe a la perfección cuándo regresan algunos de ellos. En el bar, entre semana, se habla de la lluvia y la falta que hace, cuentan los días para que regrese Julián y su hermano o los ganaderos esperan a las parideras de sus animales.

Un restaurante cuyo secreto, que se sabe a voces, es la calidad de sus comidas, sus migas, sus carnes o su popular oreja. Sin olvidar sus postres caseros.

Siguiendo por la altiplanicie caravaqueña en dirección a la vecina población de Almería, como atalaya entre fronteras, se encuentra la pedanía caravaqueña de El Moralejo, allí, José Moreno regenta el Salón Social, dando vida a un núcleo diseminado de poco más de medio centenar de habitantes. 

José es oriundo de allí, ya tenía experiencia en la hostelería, pero ha dedicado los últimos años de su vida a ser conductor de camión. Decidió regresar a la pedanía para cuidar a su madre y vio en el Salón Social una oportunidad de trabajo.

Vecinos entrando al bar de la pedanía de Inazares.

Vecinos entrando al bar de la pedanía de Inazares. / Enrique Soler

Allí atiende a los parroquianos que han de esperar de la siembra a la siega, así como a trabajadores que están de paso y cada día, atraídos por su comida casera, hacen un alto en el camino en su restaurante. 

También suman los grupos que vienen de la vecina pedanía de la Junquera, especialmente estudiantes extranjeros que llegan hasta la aldea para realizar diferentes estudios del terreno y vincularlos con sus trabajos de final de carrera. Tal ha sido el auge de la Junquera en los últimos años, que esta legislatura el Consistorio ha decidido volverla a nombrar pedanía, con el promotor del proyecto Alfonso Chico de Guzmán como alcalde pedáneo. 

Recorriendo el término municipal caravaqueño está el bar de Los Royos, o el salón social de Singla, regentado por Julio y Kati. Allí, además de atender a los vecinos, organizan diferentes actividades a lo largo del año para dar vida a sus pueblos, donde cada vez son menos los vecinos que residen. Además, se han adaptado a cualquier situación y siempre han estado dispuestos para realizar cualquier reto, como en una ocasión que ofrecieron el refresco de una boda en plan ‘low cost’.

En definitiva, lugares que con el saber hacer de las recetas más populares y bajo la excelencia de los productos gastronómicos y diversos que ofrece la comarca, siguen dando vida a los núcleos diseminados y luchan por sobrevivir en una zona olvidada por algunos y añorada por muchos. Al fin y al cabo, como cantaba Jaime Urrutia, «bares que lugares, tan gratos para conversar…».