Opinión | Erre que erre (rock 'n' roll)

Dudas

Alguien inteligente tiene recursos de sobra para conseguir su objetivo sin pasar por encima de nadie clavando el tacón de su bota en la dignidad del que tiene sometido.

La duda es agonía, es detrimento, quebranto y supresión, puede llegar a ser tan dañina como la peor experiencia (imaginaria) acontecida. Dudar sobre alguien o algo siempre acaba en pérdida. Dicen que perder es la parte más interesante de un juego, tan necesario como humano para esto de forjarse en la vida. Mientras dudamos, sentimos que algo no demasiado bueno sucede. 

La hipótesis de la inteligencia social sugiere que vivir en grandes grupos provocó un desarrollo del cerebro sin precedentes, pero vivir en grandes grupos dónde la gente es demasiado osada implica riesgo. Ahora parece ser que no aceptar una relación abierta equivale a coaccionar la libertad del otro, es cierto, nadie es de nadie.

Nos han concebido capaces de asimilar situaciones traumáticas con la valentía del luchador, del que, como narraba Cervantes, andaba a la zaga entre la cobardía y la temeridad para salir victorioso.

Todo se supera, excepto la traición, esa falta de honestidad que empieza por pisar el respeto de uno mismo es como durísimo de asimilar. La duda es la artimaña del ignorante; alguien inteligente tiene recursos de sobra para conseguir su objetivo sin pasar por encima de nadie clavando el tacón de su bota en la dignidad del que tiene sometido. La duda es quedarte cubierto por una capa de inseguridad, y sabemos que, según el atuendo elegido para el frío, podemos llegar a parecer inexpugnables, incluso elegantemente seguros. Se llama estilo y es innato. Porque el traidor que decepciona por la espalda ya puede tirar de pashmina de Cachemira para rodear su cuello, que la desluce como bufanda roída y con lamparón. La duda, esa sensación de incertidumbre que nos agujerea el estómago con un cinismo fuera de sí.

La duda es estafa, porque un día nos dijeron que eran terribles los besos y, aún dudando, no nos besamos. Nos contaron que los abrazos contaminaban y, aún dudando, no nos abrazamos. Y fue ahí cuando olvidamos el sabor de un beso y el calor de un abrazo. 

«Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo, te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio» Jamás un poema de Neruda fue tan acertado para describir una pesadilla muy real, la de la duda, la culpable de hacernos soñar incertidumbre. Permítanme, bajo la retórica que se le puede hacer a la duda, decidir no creer nunca más en las relaciones a tres, las triangulares, la polifidelidad, en el amor confluente de asociación voluntaria, yo para estar bajo las mismas sabanas soy muy gibona, y tal vez el error sea el de no contemplar abrir la mente. Es cuestión de franqueza hacia una misma, la lealtad significa respetar en presencia, pero también en ausencia. Y cuando surge la maldita duda, sabe Dios que ni pidiendo ayuda, ni seleccionando la opción más realista, ni confiando ciegamente se nos salva de la quema.

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