Opinión | Erre que erre (rock 'n' roll)

El color de una voz

Cantaba la descomunal Ella Fitzgerald en This Could Be The Start Of Something Big sobre lo que implica el hecho de darnos una nueva oportunidad para sobrellevar eso del amor, qué carajo sobrellevar, empezar desde la casilla de salida, si nos ponemos, nos ponemos

La cantante Ella Fitzgerald, en 1970.

La cantante Ella Fitzgerald, en 1970. / Europa Press

«Relájate, no va a doler», parece la afirmación más falsa jamás dicha. Pero si la intención es benevolente y nos permite digerir un mal trago causando el menor daño posible, lo correcto es creerlo sin rechistar.

Nos hemos casi acostumbrado a afirmar que estamos bien, evitando, por tanto, tener que dar la mínima explicación a preguntas incómodas, como si se nos hubiera segregado el derecho a estar abatido, mientras seguimos ofuscados en esa falsa creencia dónde las emociones han de ser un fiel reflejo de una gravedad objetiva.

Cantaba la descomunal Ella Fitzgerald en This Could Be The Start Of Something Big sobre lo que implica el hecho de darnos una nueva oportunidad para sobrellevar eso del amor, qué carajo sobrellevar, empezar desde la casilla de salida, si nos ponemos, nos ponemos. Quién sabe si esta vez podría tratarse de algo grande, si esta vez es la buena.

Ella Fitzgerald, la primera dama de la canción y la reina del jazz, habría celebrado estos días su cumpleaños. Ya erré con Marky Ramone y, por tanto, me niego a afirmar la edad exacta de según qué personajes. Por mucho que la Wikipedia vaya de que lo sabe todo, en esto de los años pasa como cuando mentimos, casi siempre es un mecanismo de protección.

Creo firmemente que todas las mujeres que en tiempos complicados se atrevieron a pisar las tablas para exponer su talento, merecen reconocimiento, y que mejor homenaje es el de entrelazar una fecha destacada de su vida con un motivo que nos concierne a todos, en este caso el de empezar sin mirar atrás, con fuerza, ilusión y confianza. Con valor y convencimiento, con garra y pasión. A más edad, más recuerdos engañosos que seguro no nos apetece rememorar, son los que nos atan al muro de la cobardía. Ella Fitzgerald, a pesar de poetizar sobre el amor y las oportunidades, fue sumamente discreta sobre y tras el escenario; jamás mostró un ápice de ‘ruidismo’ más allá de sus canciones. Tal vez era de las que piensan que para demostrar el querer, no es menester exponerse hasta rozar límites de los que ensalzan el convencimiento del otro, y mucho menos paralizar un país. Fitzgerald jamás improvisó ni una sola nota, tal vez como metáfora a que el tiempo es oro, que un corazón roto está lleno de capacidades y que no todo lo que se grita es verdad. A veces, la realidad vive de una forma lineal, tranquila. Al fin y al cabo, se trata de conseguir la tan ansiada paz. Ella, la voz luminosa y vital, eternamente joven, la pionera de la improvisación, nos enseñó que una canción compartida suena bien siempre que sepas interpretarla como solista.

Suscríbete para seguir leyendo