Opinión | Cara B

Luis Gestoso de Miguel

Un plan contra los gobernados

Los gobernantes, conscientes del rechazo que suscitan unas normas 2030 de férreo corte totalitario que no ha podido votar nadie en Europa, esperan que los gobernados se acostumbren. Y, con esa costumbre, dejen de quejarse

Parlamento Europeo.

Parlamento Europeo. / DPA / EUROPA PRESS

La agenda europea 2030 es, por primera vez en la historia democrática de Occidente, un ambicioso programa político ideado por los gobernantes que se hace expresamente contra los gobernados. Jamás había ocurrido esto, y en estas gigantescas proporciones. De hecho, no es solo un programa, sino, más bien, una nueva religión, que -sí- se oficia contra los fieles y que, paradójicamente, se propone salvarlos de sí mismos, como todas las sectas destructivas.

Los gobernantes, conscientes del rechazo que suscitan unas normas 2030 de férreo corte totalitario que no ha podido votar nadie en Europa, esperan que los gobernados se acostumbren. Y, con esa costumbre, dejen de quejarse. Es por nuestro mal, claro, pero vienen a decirnos «tened fe, que ya llegará alguna vez el bien». Si ‘el infierno está empedrado de buenas intenciones’, los gobernantes de la agenda 2030 nos ordenan que miremos hacia abajo para fijarnos en la calidad de esos adoquines y no reparemos en que están construyendo un nuevo infierno.

Esto recuerda lo que el célebre cineasta Stanley Kubrick puso como subtítulo en su vieja película Teléfono rojo, sobre el miedo al apocalipsis nuclear. El subtítulo decía: «Cómo dejar de estar preocupados y amar la bomba». Hay que decir que esa película era una comedia negra, y esas palabras un sarcasmo. Pero ahora no estamos en una comedia, en absoluto. Las élites supra europeas, europeas, estatales y locales, las élites políticas y económicas todas, esperan, completamente en serio, que dejemos de estar preocupados y amemos los completos delirios que nos ordenan, los cuales acaban con todo lo que nos ha venido haciendo ciudadanos libres, incluyendo nuestra libertad para desplazarnos en nuestras ciudades y fuera de ellas. Pretenden que, felices por no tener nada, terminemos por «amar la bomba». Es, exactamente, lo que argumentaba un importante periodista en Murcia cuando reconocía que el impuesto Plan de Movilidad del Ayuntamiento, sacado de esa agenda europea 2030 y que ha convertido la ciudad en invivible, era un desastre, pero un desastre necesario al que los murcianos indignados debían terminar por acostumbrarse, en nombre de... claro, el planeta. Se aprovechan de que el planeta no puede dar, tampoco, su opinión.

El Plan de Movilidad en Murcia es un desastre, pero los representantes del ‘consenso progresista’ dicen que es un desastre benéfico al que ya nos acostumbraremos, y si no, nos terminamos por acostumbrar, va a dar igual, queramos o no, porque somos como niños y ese es nuestro jarabe. A esta asfixiante ‘ingeniería social’ de tufo inequívocamente social comunista se ha apuntado también cierta derecha. Este tipo de políticas, expresamente ideadas contra los gobernados, ya las conocíamos en los antiguos regímenes del Este de Europa, pero eran desconocidas en las democracias. Ya no son tan desconocidas. En las dictaduras del Este de Europa se podía hacer con la población literalmente lo que se quisiera en nombre de una sociedad mejor, que en realidad era en nombre de sus élites corruptas y asesinas, las cuales oficiaban de sumos sacerdotes de esa nefasta religión. En Murcia el ‘consenso progresista’ ha tratado de forzar hasta lo imposible la ciudad para que se pareciese a Ámsterdam, y el resultado ha tenido un éxito similar, por poner un ejemplo, al del presidente de la Unión Soviética, Jrushchov, cuando ordenó que la URSS fuera replantada con maíz, eliminando las cosechas de grano tradicional. Lo único que se crea es más sufrimiento para la población.

Los políticos de esa agenda 2030, una agenda que no responde más que al dinero -todo el dinero- han conseguido idear problemas nuevos que si no fuesen un drama habría que aplaudir, por su perfección. Por ejemplo, conseguir que muchos fines de semana, que desde que el primer vehículo de motor llegó a Murcia, hace más de un siglo, habían disfrutado de un tráfico de escaso a inexistente, sean hoy caos y atascos continuos, pitos y una contaminación galopante que en Murcia ha subido en proporción geométrica, con mareas de coches salidos de nadie sabe dónde. Habría que preguntarse si el Ayuntamiento pretende impedir los coches o más bien que hubiese muchos más coches que cuando existía la libertad de circular.

No creo en políticos que quieren arreglar el mundo desde provincias y que viven de crear graves problemas que no existían antes de llegar al cargo esos políticos, como está ocurriendo en Murcia. Parten de ideas perversas, además son malos gestores que han dejado en la ruina al Ayuntamiento, y esto se les ha ido de las manos.

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