Opinión | Crónicas de titiriturcia

Mi mujer me pega

Tal y como se está poniendo el parque, cualquiera se atreve a ir. Desde la inclusión del feminismo radical como dogma de fe político y social, los hombres hemos dejado de serlo para convertirnos en "machirulos", nosotros que vivíamos felices y contentos en nuestro paraíso ‘heteropatriarcal’, nunca hubiésemos imaginado que le dieran la vuelta a la tortilla de una forma tan dramática, sometiendo al género masculino a un ostracismo forzado donde la pérdida de atributos inherentes a su condición de machos nos ha convertido en auténticos peleles sin voz y sin voto.

Las organizaciones, fundaciones, asociaciones e incluso partidos políticos dirigidos por mujeres, dedicados y destinados a ellas mismas, han proliferado como las setas en otoño (sin doble intención), colectivos que habitualmente están fundamentados en la animadversión generalizada contra el género varonil y lo demuestran cada vez que tienen ocasión. Si el mismo caso se produjese a la inversa, probablemente habría una guerra civil en la que indudablemente serían ellas las vencedoras.

El antiguamente llamado ‘sexo fuerte’ ha visto restringidas sus libertades por el otrora denominado ‘sexo débil’, por lo que ha quedado demostrado ampliamente que ni el fuerte era tan fuerte ni el débil era tan débil. Hemos pasado del corte al cortijo, si por una de aquellas un mal día se te ocurre piropear a una mujer, te arriesgas a ser denunciado por acoso, si en un día mucho peor tienes la desdicha de rozar a una mujer en un autobús, en el metro o en una aglomeración, sin duda serás detenido, y con un poco de suerte juzgado y procesado, por el contrario, si es la mujer la que adopta la misma actitud frente a un hombre, no pasará de ser una mera anécdota, incluso divertida, sin mayores consecuencias.

Hace años sufrí una experiencia realmente excepcional. Una chica con la que había coincidido un par de veces, pero apenas la conocía, se presentó en mi trabajo preguntando por mí. La recibí en mi despacho con cierta precaución, por lo que pedí a mi secretaria que estuviese presente durante la entrevista, hecho que molestó a la chica que pensaba estar a solas conmigo. Su comportamiento fue extraño desde el principio, igual quería tener una cita conmigo, que me pedía trabajo, que no sabía muy bien qué estaba haciendo allí. Ante aquella incómoda situación, decidí dar por terminada la reunión con un pretexto, marchándose la mujer con un evidente malestar. Allí quedó la cosa, hasta el día siguiente en que volvió a presentarse a la misma hora y con la misma pretensión del día anterior. Con la mosca detrás de la oreja me negué a recibirla. Su reacción fue imprevisible, trató de llegar a mi despacho a la fuerza por lo que dos empleadas intentaron detenerla, poniéndose muy violenta, insultándolas y amenazándolas con agredirlas; estaba empeñada en verme a toda costa y fue una auténtica odisea convencerla para que se marchara.

Un día después volvió a presentarse en mi empresa por tercera vez, montando tremendo escándalo en la recepción con gritos, insultos y amenazas nuevamente ante la imposibilidad de conseguir sus deseos. La situación se puso tan fea que tuvimos que llamar a la policía, presentándose dos agentes que se limitaron a pedirnos que nos identificáramos todos con maneras chulescas y decirnos que no podían hacer nada a menos que pusiera una denuncia. Durante esos minutos la chica aprovechó para marcharse lo más rápidamente posible. Acto seguido, me dirigí a la Policía Nacional para poner una denuncia por acoso. Tras esperar más de dos horas, por fin, conseguí entrar a la oficina para denunciar. Después de contar lo sucedido al agente que escribía los hechos, me dijo que esperase, que tenía que hacer una consulta. Volví a esperar de nuevo y cuando regresó el policía le acompañaba el sargento de guardia, un hombre mayor con un aliento a coñac que tiraba de espaldas. Aquel personaje que parecía sacado de un cuartelillo de la posguerra, se dirigió a mí con malos modos para decirme que no podía denunciar, que aquello no era acoso, como mucho una molestia. Absolutamente alucinado por la situación, me marché sin denunciar tras una discusión con aquel sargento que terminó amenazándome con "dormir allí" si seguía insistiendo. A la mañana siguiente me dirigí al juzgado para denunciar el acoso y la actuación del policía. Un funcionario puso la denuncia y me recomendó no denunciar al policía.

Hubo un juicio y la chica declaró estar enamorada de mí de forma obsesiva y no podía controlarse, el juez dictó una orden de alejamiento de seis meses, orden que quebrantó antes de un mes, el resto es otra historia…

Si la situación hubiera sido a la inversa, ¿qué creen que habría hecho conmigo el policía aficionado al coñac? ¿Y el juez?

La próxima vez que me pegue mi mujer no pienso denunciarla.

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