Opinión | Crónicas de Titiriturcia

ARCO, la agonía de la gallina

Cuando la gente se hartó del sectarismo conceptual, la organización decidió que lo que sobraba era esa gente, y comenzó a subir los precios de las entradas y restringir el acceso de visitantes, intentando convertir ARCO en una feria de profesionales

La escultura 'Kapokier', de Susana Solano, ganadora del VII  Premio de Arte Catalina D’Anglade en la actual edición de ARCO

La escultura 'Kapokier', de Susana Solano, ganadora del VII Premio de Arte Catalina D’Anglade en la actual edición de ARCO / EFE

Como todos los años desde hace más de ocho lustros, se celebra en Madrid ARCO, una feria de arte contemporáneo creada en 1982 por la octogenaria galerista Juana de Aizpuru, a su propia medida y la de unos cuantos colegas que no tardaron mucho en arrebatarle la dirección cuando comprendieron que aquel invento podía ser la gallina de los huevos de oro para una serie de selectos elegidos para monopolizar y controlar el evento artístico más protegido por los poderes públicos de este país, para honor y gloria de sus propios protagonistas.

La década de los 80 fue la era dorada para la Feria. Fueron años de abundancia y, lógicamente, ARCO fue el mayor beneficiario de la incipiente política cultural socialista, que lo convirtió en el escaparate mediático del arte contemporáneo español, a la búsqueda de una proyección internacional que nunca se produjo. Por el contrario, surgió un incipiente mercado nacional, tanto público como privado, que provocó una avalancha de ventas a las nuevas colecciones y coleccionistas surgidos de la nada, se puso de moda comprar arte y qué mejor lugar que la feria con denominación de origen institucional, avalada por el Estado, por las instituciones madrileñas y auspiciada por el propio rey Juan Carlos, que prestaba su imagen, año tras año, en la inauguración de tan magno acontecimiento.

Entre otros muchos personajes, recuerdo ver recorrer los pasillos enmoquetados de ARCO a gente tan importante de aquella época como Mario Conde, rodeado de un séquito espectacular, más de cien personas entre pelotas y guardaespaldas acompañaban al gran banquero en su periplo cultural, aquella comitiva realmente me impresionó. Otros visitantes que me impactaron fueron los integrantes del grupo Costus, los pintores Enrique Naya y Juan Carrero, acompañados por el cantante Tino Casal, vestidos con unas largas capas a juego con la indumentaria postmoderna del momento, poco tiempo después fueron de las primeras víctimas del SIDA en España.

Fueron tiempos de ruptura y cambios sociales. Alfonso Guerra sabía lo que decía cuando vaticinó que ni la madre que parió a España la reconocería tras su paso por el Gobierno, y, para bien o para mal, no se equivocó.

Como era previsible, todos esos cambios afectaron al arte de forma radical, y unos cuantos avispados galeristas se adueñaron del proyecto, convirtiendo la nueva Feria en el baluarte de la modernidad y el centro difusor de nuevas tendencias estéticas con el reconocimiento oficial de todas las instituciones públicas, y un vehículo de promoción y enriquecimiento personal para todos los implicados que se posicionaron oportunistamente en el organigrama de ARCO, controlando en su propio beneficio el destino de la Feria con el beneplácito de IFEMA, organizadora de la misma.

Se creó un comité de selección integrado por una serie de galerías que, naturalmente, participaban en la Feria y, además, ejercían el poder descalificar a cualquier galería que no fuera de su gusto o simplemente supusiera una competencia que no estaban dispuestos a tolerar, impidiendo su participación y vulnerando su derecho a ejercer el libre comercio en un evento financiado al cien por cien con dinero público.

En unos cuantos años una auténtica mafia controlaba absolutamente todo lo que sucedía en ARCO, quién participaba y quién se quedaba fuera, quién vendía y quién no vendía, por qué galerías pasarían en su recorrido por la Feria los coleccionistas e inversores invitados por la propia organización, por supuesto, con todos los gastos pagados. Salvo algún error de cálculo, antes de comenzar la Feria las galerías ‘privilegiadas’ ya sabían a qué instituciones venderían sus obras, mientras que las ‘no privilegiadas’ veían pasar la comitiva de compradores de lejos, sin opción de llegar a ellos por encontrarse fuera del itinerario y de los planes previstos por la organización; si alguno se atrevía a cuestionar, criticar o denunciar el sistema, nunca más volvería a ser aceptado a participar en ARCO.

Un gran número de importantes galerías fueron excluidas simplemente por no pertenecer a la entonces llamada ‘Mafia rosa’, que durante muchos años ha gobernado inquisitorialmente la Feria: galerías históricas como Seiquer, Clave, Estampa, Maeght y un interminable número de ellas fueron expulsadas o simplemente nunca les dieron la posibilidad de participar, incluso después de ganar en los tribunales las demandas interpuestas a IFEMA por incumplimiento de su propia ley para recintos feriales en la Comunidad de Madrid.

Increíble pero cierto, en su afán por no compartir el pastel, comenzaron a reducir el número de galerías participantes limitando cada vez más la línea expositiva y la libertad de elección de obras y artistas convirtiendo la Feria en el espectáculo absurdo y grotesco que es hoy. Cuando llegaron las vacas flacas y la gente comenzó a hartarse del sectarismo conceptual, la organización decidió que lo que sobraba era esa gente, y comenzó a subir los precios de las entradas y restringir el acceso de visitantes, intentando convertir ARCO en una feria de profesionales, y todo con el consentimiento de IFEMA. Las nuevas políticas restrictivas resultaron un fracaso, y tanto el apoyo mediático como la mayor parte de coleccionistas públicos y privados, y algunas de las pocas galerías importantes que quedaban, decidieron abandonar el barco, convirtiéndola en una feria de tercera, internacional, pero de tercera.

Durante la última década han surgido en Madrid una serie de nuevas ferias dedicadas al arte contemporáneo, haciéndolas coincidir con las fechas de ARCO. Como consecuencia, tanto los supuestos clientes como la atención mediática se reparten actualmente entre todas ellas, lo que unido al implacable avance del mercado del arte a través de internet, ha resultado devastador para los intereses de la feria de Madrid y de sus protegidos, llegando a los niveles de ventas más bajos de su historia, solamente soportados gracias a las subvenciones que cada año reciben las galerías participantes sufragadas con el dinero de todos, incluso el de las galerías excluidas, por las diferentes instituciones públicas que todavía apoyan tan reaccionario y lamentable espectáculo circense.

En cualquier caso, cada vez somos más los que pensamos que tiene sus días contados, incluso con la presencia de Felipe VI en la inauguración, mientras tanto, la gallina de los huevos de oro agoniza lentamente.

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