Opinión | Erre que erre (rock 'n' roll)
Sororidad coronada
Con todo lo que hay que aprender en la vida, si algo tenemos claro es la sororidad como estandarte
Como resultado de vivir en un mundo de mantenida y casi obligada felicidad, resulta demasiado denigrante eso de reconocer ser víctima de una estafa, casi nadie nos prepara para admitir el engaño.
Pocas cosas resultan más dolorosas que la mentira pronunciada para evitar hacer daño a alguien, sin tener en cuenta que la verdad duele una vez, pero esa falacia contada mirando al suelo dolerá toda la eternidad. Una piadosa mentira, al ser descubierta, manipulará emociones cuestionando otras verdades, y elevará una distorsionada realidad al nivel de la incoherencia. Porque las mentiras contadas para evitar dolor, al final, son las que más daño provocan.
La sinceridad en toda la expresión de la palabra igual resultaría insoportable, en todo caso, iría a gusto del consumidor y eso se llama aprendizaje. Son ya demasiadas las veces que plasmo sobre papel la injustificada acción de un futuro exmarido. La historia tiene la poca decencia de repetirse, en otro plano y con distintos protagonistas, pero dos tazas de lo mismo. Si alguien supiera lo doloroso que resulta el acto de asimilar tras descubrir los besos y la mirada cómplice hacia otra mujer por parte del que habita en tu cama cada noche, estoy convencida de que no tendría la capacidad de atreverse a hacerlo. Hay que ser de condición mezquina para desproveer a alguien de autoestima sin avisar previamente. Hundirla en un mar plagado de olas que ondean cargadas de traición, ningún infiel pregunta primero. Prefiere salpicarte el alma con la cochambre del fraude para hacerte ver que la vida funciona a base de fracaso y decepción. Y bueno, otra vez la historia de siempre. En este país tan nuestro se rompe un matrimonio cada cinco minutos, doce matrimonios cada hora con el resultado de 290 divorcios cada día.
La holladura que marca en una relación una pisada de infidelidad es para muchos totalmente irreparable. Y si algo bueno tiene, es que nada une más a un grupo de mujeres que andaban descuidando esa amistad que los cuernos de una de ellas, sintiéndonos las demás con el deber moral de empatizar con la astada. Arropándola del frío provocado por la imprudencia acontecida en el marco de una ceguera moral que, como mujeres mediterráneas, exuberantes, dramáticas y vengativas, nos unimos a la causa.
Con todo lo que hay que aprender en la vida, si algo tenemos claro es la sororidad como estandarte. Lo dicho: «Ulises convirtió el Mediterráneo en su gineceo de hembras tempestuosas», todas a una... Lisistrata como adalid del feminismo. Fedra, la liberadora del rencor o Níobe cuyas lágrimas de dolor tras la traición, dieron vida a una fuente.
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