Opinión | Erre que erre (rock 'n' roll)

The Rolling Stones, 60 años

The Rolling Stones son la actitud del rock más oscura y purificada, son refugio, guerra y disparo. Son llama y dinamita. Alma, cuerpo, fe, cadera y sudor. Libertad y resistencia

Foto de archivo del grupo de rock The Rolling Stones en un concierto.

Foto de archivo del grupo de rock The Rolling Stones en un concierto. / EFE

Hace 60 años que el mundo es infinitamente mejor, y ustedes pensarán que debo estar loca por sentenciar con tamaña afirmación después de la que está cayendo. Algunas seríamos incapaces de concebir un universo dónde no existiera una banda de rock ’n’ roll llamada The Rolling Stones.

Definitivamente, me gusta pensar que su lema pueda ir desde el más convencional «Nosotros somos libertad, pasión y rebelión en forma de música» hasta la extravagante «Sexo, drogas y rock ’n’ roll», pero permítanme que me tome la libertad, o más bien, la deferencia de creer que Mick Jagger, Ronnie Wood, Charlie Watts y Keith Richards, como lo hicieran en su momento Brian Jones y Bill Wyman, exclamaban la máxima previamente pronunciada por su coterránea Virginia Wolf, y es esta, sin anestesia ni matices: «No hay barrera, ni cerradura, ni cerrojo que nadie pueda imponer a la libertad de mi mente».

Inmisericorde y a pecho descubierto me concedo el privilegio de creer que estas palabras fueron pronunciadas por la relevante dramaturga como profecía a lo que, 80 años después, estaba por llegar. Y reitero aquello que una vez, rindiendo homenaje a Charlie Watts (que, por cierto, atesoraba ejemplares icónicos de la escritora) vuelvo a sentir, igual que aquel fatídico 24 de agosto de 2021 sin el mínimo atisbo de duda o confusión...

The Rolling Stones son la actitud del rock más oscura y purificada, son refugio, guerra y disparo. Son llama y dinamita. Alma, cuerpo, fe, cadera y sudor. Libertad y resistencia.

The Rolling Stones son grito e historia, sueño y salvación.

Seres atemporales de candor insobornable, capaces de hacernos vibrar desde el origen; un arranque, versionando el Come On de Chuck Berry, que fue el primer diamante del gran legado atesorado por la banda de rock ’n’ roll más grande del mundo.

Ese encuentro fortuito de dos amigos de la infancia en una estación de tren en Datford marcó a fuego el argumento de una película, culto a la irreverencia, dónde unos descarados pero entrañables músicos sólo saben ser, estar, parecer y tocar con la maquiavélica intención de hacer vibrar, se dice pronto, a seis generaciones. Con una esencia y un carácter solo concedidos si tu padre es el diablo, y como privilegio legal, concedido por decreto, son ustedes ‘Sus Satánicas Majestades’.

Si alguien merece una reverencia extraída de las entrañas, son ellos. Así que, toca exagerar el gesto, mirar al frente y levantar una copa bien cargada de ron Crossfire Hurricaine cual comienzo de Jumpin’ Jack Flash para brindar con el deseo de otros 60 años.

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