Luces de la ciudad

Una vida normal

Nada que objetar si lo que deseamos es seguir una rutina diaria y un comportamiento lo más parecido posible al de los demás, pero quizá nos estemos olvidando de ser nosotros mismos, de buscar y conseguir esa vida extraordinaria que nos aporte alegría y satisfacción

Imagen promocional de la película 'La Familia Addams', 1991

Imagen promocional de la película 'La Familia Addams', 1991

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Es posible que, en más de una ocasión, en nuestro imaginario particular hayamos creado la ilusión de vivir una vida extraordinaria, y seguro que muchos lo habrán conseguido. Otros, por el contrario, se conforman con vivir una vida normal que, ya en sí misma, para algunos también es extraordinaria. Sin embargo, resulta complicado establecer el límite entre ambas.

Realmente, ¿qué significa llevar una vida normal?: ¿tener una familia, un trabajo y unos amigos?, ¿pasear a diario por las mismas calles y saludar a los mismos vecinos?, ¿cumplir con unos horarios estrictos, trabajar todo el día, regresar a casa y quedarnos dormidos en el sofá viendo la serie de turno? Todo esto podría asemejarse bastante a la idea mayoritaria que se tiene sobre el concepto de vida normal, de una vida donde la comodidad y la seguridad están aseguradas y donde la pereza por salir de la zona de confort es manifiesta. Pereza a enfrentarse a nuevos desafíos, a mostrar fragilidad, a tener dudas, a sentir miedos, a jugar al límite. Ya saben aquello de que «como en casa, en ningún sitio».

Nada que objetar si lo que deseamos es seguir una rutina diaria y un comportamiento lo más parecido posible al de los demás, pero quizá, entonces, nos estemos olvidando de ser nosotros mismos, de buscar y conseguir, precisamente, esa vida extraordinaria que nos aporte alegría y satisfacción, esa vida que nos haga sentirnos especiales.

En cualquier caso, es indudable que para cada cual su realidad está basada en una escala de valores muy personal. La normalidad, por tanto, no puede ser la misma para todos. En la película La familia Addams (1991) Morticia, la madre, afirma en uno de sus diálogos que: «La normalidad es una ilusión. Lo que es normal para una araña, es un caos para la mosca».

Y, aun así, por desgracia, existen demasiadas personas que no pueden disfrutar ni de la más normal de las vidas y a las que, a menudo, escuchamos decir con resignación expresiones como: «Así es la vida», «más vale malo conocido que bueno por conocer» o «al mal tiempo buena cara». Casi de una manera perversa, y sin poder evitarlo, me viene a la memoria ese sketch televisivo de José Mota en el que un doctor le dice a su paciente que puede hacer vida normal, eso sí, que se deje el tabaco, el alcohol, que no pruebe la carne, el pescado, las verduras, la fruta, los refrescos…, agua, un sorbito cada tres días si tiene mucha sed, y respirar, un par de inhalaciones al día, una por la mañana y otra por la noche, por lo demás, vida normal.

Y es que, ni siquiera esa normalidad que Van Gogh definía como un camino enlosado, fácil de recorrer, pero en el que no crecen flores, resulta sencilla de vivir. En cuanto ponemos un pie fuera del tiesto, nos entran escalofríos y añoramos de inmediato nuestra vida ‘ideal’, nuestra normalidad, esa misma normalidad influenciada y forjada en el tiempo por la normalidad del universo de sueños e imaginación de nuestra niñez, del enfrentamiento con el mundo en la adolescencia o de la continua desobediencia a las normas establecidas en la juventud.

En definitiva, de una forma u otra, todo se resume a una cuestión: intentar, a pesar de que la fuerza de la marea pretenda arrastrarnos, ser nosotros quienes manejemos la barca, quienes controlemos el timón y quienes elijamos el rumbo. Es decir, que seamos nosotros quienes tengamos el privilegio y el derecho de poder decidir la vida que queremos vivir y, entonces, si lo conseguimos, esa será la más extraordinaria de las vidas.

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