Luces de la ciudad

En las nubes

Necesitamos liberarnos, aunque solo sea por breves espacios de tiempo, de esos pensamientos cotidianos que nos esclavizan a perpetuidad y que se repiten día tras día

Johannes Plenio / Unsplash

Johannes Plenio / Unsplash

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Imagino que todos nosotros, en ocasiones determinadas, habremos soñado despiertos. En mi caso diría que, quizás, demasiado. Pero, además, tengo que reconocer, no sé ustedes, que me resulta extremadamente placentero dejar que los pensamientos deambulen errantes, que la mente se distraiga y divague y sentirme abstraído del mundo real, como teletransportado a otra dimensión donde consigo ver no solo los árboles más cercanos, sino también el bosque completo.

Al parecer, este momento de absoluta relajación es conocido como ‘estado alfa’, debido a las llamadas ondas alfa que emite nuestro cerebro y que son responsables de la memoria y la capacidad de concentración. Vamos, lo que de toda la vida se ha llamado estar en Babia, en la inopia o en la parra. ¿Cuántas veces habremos escuchado a alguien decirnos: «¡Vamos, espabila, que estás en las nubes!». Y así es, en ese instante lo estamos. Estamos en otro mundo, en el mundo de sueños.

Sin embargo, más allá de que a muchos este ensoñamiento involuntario, que surge sin previo aviso en cualquier circunstancia y en cualquier lugar, les parezca una pérdida de tiempo, nuestro cerebro lo necesita. Necesita relajarse, aflojar el pistón, bajar revoluciones y descansar del ritmo frenético al que lo sometemos. Necesitamos liberarnos, aunque solo sea por breves espacios de tiempo, de esos pensamientos cotidianos que nos esclavizan a perpetuidad y que se repiten día tras día: los problemas laborales, las tareas domésticas, el vencimiento de la hipoteca, llegar a fin de mes, la adolescencia de nuestros hijos, los familiares dependientes, etc.

Según la escritora estadounidense Richelle E. Goodrich, «una dosis diaria de soñar despierto cura el corazón, calma el alma y fortalece la imaginación». Una idea que comparto plenamente y que otorga a este estado un poder balsámico que actúa como un potente revitalizador del espíritu.

Pero quizás debamos aprender a soñar despiertos, porque lo importante no es cuanto soñamos, sino con qué soñamos. Cuando soñamos despiertos nos abstraemos del ruido exterior, soñamos lo que no podemos soñar dormidos, y exploramos con atrevimiento un mundo fantástico, completamente diferente y confortable, vinculado directamente con lo personal y lo creativo que, cuál metaverso imaginario, puede transformarnos en individuos más atrevidos, más valientes, más ingeniosos… y como consecuencia de ello, pueden aparecer las grandes ideas o proyectos que en un estado normal no nos hubiéramos atrevido ni siquiera a imaginar. Van Gogh afirmaba que soñaba su pintura y pintaba su sueño, pues eso.

En cualquier caso, soñar, bien sea en este estado de semi indolencia o con plena conciencia, no cuesta nada, ahora bien, hacer realidad esos sueños, ya es harina de otro costal. Aunque la mayoría de estos objetivos, siempre y cuando sean específicos y realistas, puedan llegar a lograrse, no será, desde luego, sin un esfuerzo previo importante. Habrá que trabajar duro, con constancia y sacrificio, si queremos alcanzar la meta. Una meta que debe estar claramente definida o puede que terminemos en el lugar equivocado.

Llegado a este punto, yo particularmente, me sumo a la propuesta de C.S. Lewis, autor de Las Crónicas de Narnia cuando decía que: «Nunca eres demasiado viejo para establecer otra meta o soñar un nuevo sueño», y en esas ando, soñando despierto otra vez, seguro de que mi mente relajada y mis pensamientos volátiles fantasean con nuevos retos, nuevos estímulos, nuevos sueños, porque si de algo no tengo la menor duda, es que los sueños no se cumplen si antes no se sueñan.

Suscríbete para seguir leyendo