Erre que erre (rock n roll)

La ternura

Hay mujeres que son absoluto efecto; tan poderosas y libres que viven condenadas a la soledad. Tan intensas y vulnerables que, cuando mueren, duele recordarlas. Rachel Nagy, como tantas que elegimos pagar el precio de la soledad a cambio de libertad, casi es condenada al olvido

Rachel Nagy, cantante del grupo The Detroit Cobras, fallecida en enero de 2022

Rachel Nagy, cantante del grupo The Detroit Cobras, fallecida en enero de 2022

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

En un mundo donde se puede ser casi cualquier cosa, resulta extraño que muchos, y cada día más, sean los que optan por desestimar la ternura. Y ya no sirve de nada la excusa facilona que justifica haber dejado de creer en el amor, esto va más de interés pragmático que de romanticismo, créanme.

Cuando escribo sobre el afecto, siempre me gusta recordar a esos esquimales serigrafiados en los naipes que coleccionábamos de niños, ¿los recuerdan? El juego de las siete familias que la marca Heraclio Fournier vendía por centenas al módico precio de 25 pesetas. Qué baratas esas cartas y que digno su mensaje. Deberíamos ser todos como esos inuits. Para ellos hacer el amor es reír juntos, torean a porta gayola al falso sentimiento de vergüenza que empaña la honesta complicidad que supone mostrar cariño a alguien. Qué baratas esas cartas y qué caras las caricias. 

Esas caricias no dadas que tal vez hubieran evitado que hoy yo tenga que conmemorar un aniversario de luto, el de la desbordante y auténtica Rachel Nagy, que, junto a The Detroit Cobras, encendió en mí la mecha del rock, soul y R&B, por eso mi agradecimiento eterno. Hay mujeres que son absoluto efecto; tan poderosas y libres que viven condenadas a la soledad. Tan intensas y vulnerables que, cuando mueren, duele recordarlas. Ella, como tantas que elegimos pagar el precio de la soledad a cambio de libertad, casi es condenada al olvido, y para nada estoy de acuerdo en que eso suceda, teníamos un pacto.

Se necesita mucho valor, fuerza y autoestima para cuidar también grandes dosis de delicadeza, lo que les contaba al principio. Cuidar precisa de mucha ternura, y la ternura excita hasta enganchar, por eso, los que aún creen en ese grandioso vínculo siempre correrán el riesgo de cruzarse, desprevenidos, con las garras de un adversario que lucha contra la delicadeza provocando un frío extenuante y un vacío agotador. ¡Cuidado con eso! Nadie nos avisó de que en materia afectiva no todo vale, ya lo dijo George Granville: «No hay un dolor más devastador que el que produce el amor».

Corren tiempos complicados, la cercanía y el afecto son más necesarios que nunca, y créanme que estas sensaciones trascienden más allá de uno mismo para ser de ayuda a los demás, cuando se trabaja en una planta de infecciosos. Ternura es cariño en estado puro envuelto en delicadeza, una emoción descuidada y, a veces, hasta mal vista. Pero que nadie se confunda, no es compasión o señal de debilidad, sino todo lo contrario. La práctica de humanidad, afecto y comprensión, querer acariciar el alma de otro, debería ser considerada una virtud superior de la que muchos necesitan aprender.

A la memoria de Rachel Nagy.

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