Levedades

Me alegro mucho

Juan José Millas

Juan José Millas

A mi lado, en el asiento del autobús, un chico iba aprendiéndose de memoria las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. Con el libro abierto entre los muslos, subía y bajaba la cabeza repitiendo casi en voz alta los primeros versos: «Recuerde el alma dormida, avise el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando».

-¿Te gusta? -le pregunté.

-No es una cuestión de gusto o no gusto -dijo él-, es que tengo un profesor al que le vuelven loco los ejercicios memorísticos.

-Es un buen profesor -le aseguré.

El joven no estuvo de acuerdo. Me explicó que si le apetecía recitar aquellos versos no tenía más que coger el móvil y buscarlos en Google.

-Pero no es lo mismo tenerlos dentro de tu propia cabeza -insistí- que dentro del teléfono. ¿Sabes en qué cosiste la diálisis?

-Sí, mi padre se la hace.

-¿Pero en qué consiste?

-No sé, creo que le pasan la sangre por un aparato que la filtra y le quita toda la mierda que acumula.

-Algo así. El aparato sustituye a los riñones cuando estos no funcionan. Leer a Jorge Manrique en el móvil está bien, es una especie de diálisis, pero es mejor que los versos salgan de tu cabeza. Si te aprendes bien ese poema, que por cierto es magnífico, quizá cuando tu padre muera vayas un día en el autobús, como hoy, y te venga a la memoria y lo recites interiormente, como una oración, y le encuentres todo el sentido que hoy se te escapa.

-¿Usted se lo sabe?

-Sí, tuve un profesor que me obligó a memorizarlo y nunca se lo he agradecido bastante. Sus versos se me aparecen de vez en cuando, de manera gratuita, y constituyen un alivio al hecho de estar vivo.

-Mi padre no se va a morir, no está tan mal.   

-Esos versos sirven para la muerte de todos los padres. Ahora mismo, en esta ciudad, hay decenas de padres muriéndose.

-Me tengo que bajar en la próxima -concluyó el chico-. Me ha dado usted la chapa.

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