El retrovisor

Dos calles

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

El frío, por muy tardío que sea, nos acerca a la mesa de camilla a buscar desde el calor de las faldillas y tras los cristales de los miradores la ciudad que se fue. La Murcia provinciana con calles transitadas por gentes ateridas dirigiéndose a sus quehaceres. Puede que fuera un buen torzón de los que se curaban con Calmante Vitaminado o la desagradable inyección del practicante lo que nos mantuvo en casa. Aquel momento apropiado que sirvió para que nuestras retinas conservaran la instantánea de la calle con el bullicio de un día rutinario, cuando los viandantes detenían su paso por el respeto que imponía en las mañanas la campana del monaguillo, heraldo del paso de Santísimo Sacramento camino de los hogares que contaban con algún enfermo o impedido.

Entierros madrugadores con ataúd al hombro que salían de los hogares camino de las iglesias, luctuosa comitiva que acompañaba a quienes se fueron para siempre por culpa de gripe asiática. Sí, entonces existían más tullidos y más bizcos que en la actualidad. Ninguna calle murciana tan viva para apreciar la afirmación como la Platería: huertanos de blusón y sombrero de hongo portando pavos y capones en estas fechas prenavideñas eran una constante. Monjas acompañadas de niñas con capaza; demasiados niños pelados al cero; curas, señoras bien portando el rígido bolso de charol, marchantes, prohombres de traje, vendedores de ciegos y loteros voceando a la mañana, componían el ambiente de la Murcia pausada, la que supo vivir sin televisión y celulares.

En la plaza de Joufré, por estos días, habría instalado el negocio el vendedor de tortugas moras y su precisa lechuga fresca con la que alimentar a tan singular ganado. Un poco más allá, cercano a las Cuatro Esquinas estaría el vendedor de piñones y púa con la que abrirlos, justo a las puertas de La Alegría de la Huerta.

El telón sonoro de fondo lo generaban las notas del organillo callejero, el sol impoluto y frío del otoño tardío se colaba a través de las azoteas de la Platería. La Trapería siempre culta, contaba con la Librería General y La Covachuela, especialista en libros de autores murcianos, no quedando a la zaga su hermana la Platería donde, justo a la izquierda del puesto de los olorosos tostones (hoy Pop-Corn), se instalaba la cultura más popular, la que nos deparó El Hércules, la que nunca menospreció a la de Antoñico ‘El Plumas’. Sobre el tenderete, Marcial Lafuente Estefanía, Corín Tellado, figurines con lo último en moda, las aventuras noveladas del Coyote, lo sajón de Conan Doyle y el FBI de Hoover. Novelas de crímenes que competían con la triste realidad del caso de ‘Las tres copas’ de Mazarrón que las mozas de servir analizaban en las páginas de El Caso. Los discos de Antonio Machín y Los Llopis sonaban estridentes en competencia con la música de organillo. Los ocurrentes eslóganes del Hércules llamaban la atención de los transeúntes hacia los títulos sugerentes de la colección El Molino con Agatha Christie, en aquel caso de El asesinato de Rogelio Ackroyd. Las novelas del Oeste ilustraban la vida de los zagales de reparto, puede que también ocuparan las horas de holganza de Lara, el célebre limpiabotas del Casino o con Jesús, guardacoches en Santo Domingo, o con Isidro, desde su atalaya del quiosco ubicado en la misma plaza, e incluso puede que aquellas novelas sirvieran de entretenimiento a don Paco Vivancos, propietario del viejo Drexco, leyendo a golpes en sus ociosos minutos las páginas amarillentas de aquellos libros de “El Hércules’.

La Navidad se intuía ante la afluencia de público que guardaba turno en el “Gato Negro”, ya en Trapería. Chys, mostraba su elegante decoración navideña de acantos, piñas y muérdagos dorados, formando vistosas composiciones junto a coloristas pañuelos de seda y delicados juegos de café. La joyería de Torres Gascón incitaba a mirar sus vidrieras aunque solo fuera para eso, para mirar y soñar con aquel reloj de oro o aquel collar de perlas, mientras el señor de los Pares o Nones leía con tiempo y paciencia la crónica de las derrotas del Real Murcia.

Una Murcia de un siglo pasado cada vez más lejano, paseos con la memoria por las calles de una ciudad que los años hicieron vieja, recuerdos que se agolpan en las tardes frías de brasero y badila…

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