El retrovisor

De bufanda y cine

Operadores de cabina del cine Rex. 1958. Archivo TLM

Operadores de cabina del cine Rex. 1958. Archivo TLM

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

Diciembre se ha convertido en un mes venido a menos. Eso sí, sin perder las características tan entrañables que le hacen ser lo que es. Y digo que ha venido a menos, ya que entre el puente del que la mayoría disfrutarán y las fiestas navideñas, el último mes se queda en nada. A los festejos programados por el almanaque hay que sumarle las comidas y celebraciones de empresa, las del compañerismo laboral que con el espíritu festivo imperante alivian la rutina de los días que se avecinan convirtiendo a diciembre en un mes gratamente breve.

Se siente ya, con impaciencia, la ilusión contenida del ‘décimo’ que nunca nos toca, en este puente de la Inmaculada Concepción y de la hoy tan denostada Constitución, al igual que la memoria se activa de una forma inherente a una mirada al taco del calendario. Por estas mismas fechas el Bazar Murciano de don Ricardo Blázquez aumentaba su espacio comercial con mostradores externos a su local, así como una pérgola cuajada de juguetes, otra ilusión para los más pequeños de los entrañables días por llegar, justo al lado de ‘El Hércules’ y su estallido cultural en la plaza de Joufré, en la Platería. Los escaparates de Ultramarinos Finos Pedreño, Alcázar y la Fonda Negra en González Adalid se renovaban mostrando toda una variedad de galguerías navideñas en las que no faltaba el capón relleno y el huevo hilado. Sí, la Navidad ya está aquí una vez más.

Diciembre tiene mucho de película, quizás por ello siempre dio el mayor contingente de contribuyentes de taquilla. Puede que por ello, leo y releo unas magníficas letras que un día lejano me envió mi buen amigo Soren Peñalver acerca de películas que superan las barreras al tiempo, películas imperecederas por ver en los días que corren: Mujercitas, cine eterno para los nevados e idílicos días navideños, con protagonistas vestidos de esclavina y mitones; correspondencia del poeta murciano que cita los versos de Whitman en un justo reconocimiento a la Alcott.

Antaño, el pequeño comercio murciano se hacía partícipe de los éxitos cinematográficos del momento. Así, ‘La Alegría de la Huerta’ de don Joaquín Cerdá hacía soñar a los infantes con sus escaparates, creados por la frenética actividad prenavideña de Dato, aquel inolvidable señor jefe de la sección de Juguetería, que siempre dejaba probar los juguetes a los niños más impacientes. Embelesados quedamos ante los cristales del citado escaparate (frente a la tienda de bolsos de López Giménez) al exhibir al muñeco Marcelino, remedo de Pablito Calvo, en su magistral interpretación en Marcelino, Pan y Vino, aquella película genuinamente navideña, que dirigió Ladislao Vajda, basada en una exitosa historia de José María Sánchez Silva, de personajes tan entrañables como ‘Fray Talán’ o ‘Fray Papilla’, con un elenco de actores de la talla de Antonio Vico, el murciano José Nieto, Fernando Rey, José Marco, Antonio Ferrandis o Juanjo Menéndez entre otros. Las madres de entonces, después de llorar en el cine, peinaron a sus hijos con flequillo a lo Marcelino obligadamente.

Qué decir de La gran familia, un canto a proles numerosas, con Alberto Closas y José Isbert buscando al extraviado ‘Chencho’ por la madrileña Plaza Mayor entre belenes y abetos…

No podía faltar el cine del amigo yanqui de entonces, ninguna cinta mejor que aquel musical de recios leñadores en busca de novia, Siete novias para siete hermanos, con todos los ingredientes navideños: amor, cabañas de madera, lumbre y nieve.

Tiempos pasados que no viejos, películas que nos hicieron soñar en las frías tardes de brasero y badila en unas fechas que traen aromas de cordiales, polvorones y tortas de Pascua.

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