La Feliz Gobernación

Los socialistas, en el alambre

Los socialistas murcianos reprochan con mucha razón a López Miras que se empeñe en hacer oposición al Gobierno central en lugar de aplicarse a lo que corresponde a sus competencias, pero a la vez ellos no tienen otra muleta en que apoyarse que en el Gobierno central, porque es la única brasa entre sus propias cenizas

Ilustración de Pedro Sánchez.

Ilustración de Pedro Sánchez. / Fernando Montecruz

Ángel Montiel

Ángel Montiel

Qué alegría, qué alboroto. Ya tenemos Gobierno socialista con su tropel de ministros y ministras. Todos los focos, concentrados en el suceso. Y no hay cuidado de que se desvíen hacia otros flancos, pues cada día tiene su afán y Pedro Sánchez, el perrito piloto de la feria, no ceja. Si no es Cataluña es Israel, si no es Europa es la Justicia, si no es la amnistía serán los Presupuestos, si no es el PNV es Podemos, si no es la vieja guardia son las plazas que llena el PP. Todo son pulsos al extremo, nuevas brechas, polémicas permanentes por un implacable marcaje, tanto de parte de los propios como de los extraños, de los socios como de la oposición. 

Pero lo cierto es que el PSOE, contra todos los vientos, mantiene el poder, y la máquina sigue funcionando. Ahora bien, los árboles de la Moncloa no dejan ver el bosque. Si desviamos la mirada a la trastienda de esa operación de éxito, el paisaje resulta desolador para la izquierda socialista. La Región de Murcia, sin ir más lejos. Con tan sólo el pequeño consuelo de que no es por esta vez una excepción. 

Sánchez convocó las generales al minuto siguiente de las municipales y autonómicas, y con ese gesto, que invitaba a una reactivación de los socialistas, ocultaba las ruinas que quedaban atrás, en parte producidas no tanto por mérito de sus adversarios sino como consecuencia de una desafección personalizada en él. Para salvar los muebles del 23J, el PSOE ha debido maniobrar en dirección contraria a su ruta natural, y ha salido a flote gracias a una ingeniería de altísimo riesgo que todavía lo aleja más del imaginario habitual de sus votantes potenciales, cultivados en un discurso que se ha desviado por rodeos extravagantes, tan sólo sostenido en una señal de alarma: que viene la derecha.

Gracias a la gran pirueta de Sánchez, el PSOE se mantiene intacto, al menos orgánicamente. El problema es que el nuevo Gobierno se sostiene sobre un alambre. Bastará cualquier contrapié para que se derrumbre, y si esto ocurriera, los socialistas se encontrarían en fuera de juego, sin posibilidad de recomposición en mucho tiempo, no sólo en el ámbito nacional, sino en las autonomías, alineadas todas en el sanchismo. 

Un varapalo judicial, en España o en Europa, a los proyectos en que Sánchez ha empeñado sus pactos, un descuelgue de la política internacional incómodo para los socios europeos, una fisura interna parlamentariamente trascendente entre sus socios de Sumar, o un boicot de sus aliados de la derecha nacionalista, PNV o Junts, a las políticas socialdemócratas con las que el PSOE ha justificado el entramado de acuerdos con los separatistas, podrían hacer tambalear a un Gobierno con un respaldo tan precario. Los apoyos que lo mantienen deben ser satisfechos con decisiones en favor de unos que a veces colisionan con los intereses de otros, y algo peor: dado que ERC y Junts, de un lado, y PNV y Bildu, de otro, compiten entre sí, cualquier consideración a una parte hace elevar el listón reivindicativo de la otra en una espiral infinita. Sin dejar de contemplar que todo lo que obtengan los nacionalistas del Estado a efectos financieros o competenciales será también reclamado desde el resto de autonomías. Es un bucle infernal por el que no se puede esperar un plácido recorrido. 

Los más optimistas consideran que si Sánchez consigue la aprobación de los presupuestos dispondrá de carrete para aguantar los cuatros años de la legislatura, incluso aunque pudieran decaer alternativamente algunos de los apoyos que lo han elevado a la presidencia. Pero caben pocas dudas acerca de que ese nuevo envite requerirá de más concesiones que provocarán una mayor impopularidad en las Comunidades fuera de su órbita, acentuando los costes políticos del pacto de investidura. Pero aun cuando obtuviera ese nuevo respaldo, parece complicado que un posible revés a la Ley de Amnistía en cuanto a correcciones previsibles en lo relativo a su perímetro, en lo que corresponde a la malversación de fondos públicos, no trajera convulsiones a la estabilidad del Gobierno. En todo caso, los socialistas debieran estar prevenidos para una crisis no desdeñable. Y al vacío a que se enfrentarían a renglón seguido, pues han puesto todos los huevos en la cesta de Sánchez.

Murcia, como casi siempre en cualquier contexto, aporta una experiencia piloto. A mediados del anterior mandato municipal de la capital, el PSOE pactó con Ciudadanos una moción de censura para sustituir en el poder al PP, que gobernaba con los naranjas. Así, el segundo y tercer partido del municipio desplazaron al más votado. Una operación legítima, pero el saldo ha consistido en que tras dos años de gobernación socialista el PP obtuvo una mayoría absoluta que no había alcanzado en los dos mandatos anteriores. Es cierto que el resultado de la gestión PSOE/Cs no fue precisamente brillante y que el segundo partido era un cadáver andante ya por entonces, pero la clave es que el personal vota partidos, no coaliciones, y menos, como en el caso de Sánchez, coaliciones que exigen pactos con consecuencias no contempladas en campaña electoral, ajenos al propio doctrinario dictado anteriormente por los dirigentes. De modo que el natural retorno de un pacto tan forzado como el de Sánchez será previsiblemente, como ya se experimentó en Murcia a mediana escala, una reacción electoral adversa. La solución de la suma parlamentaria es tan lógica como legítima, pero en la calle, salvo en la tropa militante, suele dejar una cierta sensación de impostura. 

Hay una posibilidad remota de desmentir las prevenciones anteriores: que el Gobierno desarrolle una gestión excelente. Todo es posible. En tal caso, del mismo modo que Sánchez hundió el 28M las expectativas de los mejores alcaldes socialistas y de algunos de los candidatos a presidentes autonómicos, los frutos de esta legislatura darían para una transfusión revitalizadora al PSOE en el conjunto de los territorios. Pero este planteamiento es de un optimismo desaforado que en poco se acompasa con la percepción de lo que está a la vista, empezando porque el nuevo Gobierno de Sánchez no es de gestión, sino de combate político, salvando tal vez a Calviño y Escrivá, este último en espera de sustituir a la primera si la de Economía alcanza más altos destinos.  

Los socialistas, con Sánchez a la cabeza, han empeñado su futuro a un presente de incierta acotación, más bien efímero. Mientras dure la ilusión, todo irá bien. Pero después vendrán las madresmías. Véase el PSOE murciano: ensimismado en el espejo nacional, que no le devuelve vitalidad alguna, inmóvil y fosilizado. Reprochan con mucha razón a López Miras que se empeñe en hacer oposición al Gobierno central en lugar de aplicarse a lo que corresponde a sus competencias, pero a la vez ellos no tienen otra muleta en que apoyarse que en el Gobierno central, porque es la única brasa entre sus propias cenizas. 

Mientras en otras Comunidades los socialistas parecen despertarse en una latente bulla para recomponer los aparatos que los llevaron al fracaso, en Murcia todo es silencio. Entre otras cosas porque Sánchez ha integrado por arriba a quien podría ser referente de la oposición interna, y aquí paz, y después, escasa gloria. Si todos son sanchistas ¿quién podría venir después de Sánchez? Pepe Vélez o el desierto, valga la redundancia.

Qué alegría, qué alboroto. Viva el Gobierno socialista. Y en casa, las camas sin hacer.  

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