Espacio Abierto

La primera mujer

Pandora, Eva y Lilith cometieron actos de desobediencia que fueron convertidos en pruebas de debilidad y maldad inherentes a toda mujer y en la principal justificación de su eterno sometimiento a su superior ‘natural’, el hombre

Retablo del siglo XII. Museo Diocesano de Solsona.

Retablo del siglo XII. Museo Diocesano de Solsona.

Colectivo de Mujeres por la Igualdad en la Cultura

En el origen de muchas mitologías y religiones existe una pareja fundacional que justifica la creación de la humanidad. En algunas, de narraciones míticas, nos encontramos con la pareja fundacional creada a partir de elementos vivos de la naturaleza, sobre todo los árboles; en otras, surgiendo del barro o de la sangre, gracias a la acción divina.

En la mitología nórdica, los dioses decidieron crear al hombre a partir de un tronco de fresno y a la mujer, de olmo: Ask y Embla. La creación de Embla no estuvo supeditada a la de Ask; surgieron de árboles independientes. A ambos les concedieron los mismos dones: las emociones, el ingenio, los sentidos y la facultad de hablar. Tras instalarlos en el Midgard, vivieron allí, sin cometer ninguna falta, y se convirtieron en los progenitores de la humanidad.

Fueron los pueblos de Grecia los que embellecieron y enriquecieron la mitología, elevándola a su mayor esplendor. Casi todas las fábulas que la integran son falsas y absurdas, pero, a menudo, ofrecen reglas de conducta que se ocultan tras la alegoría.

En cuanto al mito de la primera mujer, Pandora, se conocen diferentes fuentes y versiones, siendo las de Hesíodo las más influyentes. Creada con un poco de tierra y agua por mandato de Zeus para vengarse del insolente Prometeo, quien había conseguido formar los hombres con barro y robado el fuego, la bella y astuta Pandora se presentará ante los mortales con una vasija o ánfora que contiene los males que podían infestar a la humanidad: vejez, locura, enfermedad y vicio, entre otros.

A pesar de haber sido advertida, su curiosidad y desobediencia la llevan a abrir el recipiente, convirtiéndose en la causante de todos los males del mundo: «De ella procede toda la raza de las mujeres, la mortal raza femenina» (Hesíodo).

Los primeros padres de la Iglesia mostraron un gran interés por este mito y lo integraron en su recreación del mito creacionista bíblico, asociando a las desobedientes Pandora y Eva, para demostrar que la primera mujer fue portadora de todo el mal y la desgracia.

De los dos relatos del Génesis que describen la creación humana, la tradición cristiana ha divulgado más el que presenta a Eva nacida a partir del varón, concretamente, de la costilla de Adán, creado por Dios a su imagen: «No está bien que el hombre esté solo… y de la costilla que le había sacado al hombre, Dios formó una mujer…». De esta forma se justificaba la superioridad del hombre, creado directamente por Dios y más cercano a lo divino. El otro relato, que ha dado lugar a estudios que defienden ‘la existencia’ de dos compañeras de Adán, describe la creación simultánea de ambos: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó. Hombre y hembra los creó».

Lo que sigue a la creación de estos primeros pobladores es bien conocido: Eva, tentada por la serpiente, se atreve a probar el fruto prohibido y seduce a Adán para que haga lo mismo: Y dijo la serpiente a la mujer: «No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis, se os abrirán los ojos y seréis como Dios».

Al trasgredir la ley divina, pierden la gracia de Dios y son expulsados del Edén. El deseo de acceder a la sabiduría divina les hace cometer el pecado original, que va a afectar a toda la raza humana ‘por igual’, ya que el pecado lo cometen tanto Adán como Eva, pero el mismísimo Dios establece castigos diferentes: a ella la condena a sufrir partos dolorosos y a estar sometida al hombre; a él, a trabajar para ganarse el pan. La interpretación cristiana tradicional señala a Eva como la causante principal de traer el pecado al mundo, al igual que Pandora hizo al abrir la vasija y liberar los males.

A partir del relato de Adán y Eva, que apenas ocupa página y media de la Biblia, los padres de la Iglesia se han esforzado en relacionar el pecado original con el conocimiento carnal, con el acceso al acto sexual. Según avanza la Edad Media, esta relación se hace más fuerte, llegando a relacionarse con el pecado de lujuria. Todas las descendientes de Eva son seres rebeldes a los que hay que dominar; son seres inferiores que incitan al hombre al pecado y lo llevan por el camino del mal: «¿Y no sabes tú que eres una Eva?... . Tú eres la puerta del demonio; eres la que quebró el sello de aquel árbol prohibido; eres la primera desertora de la ley divina; eres la que convenció a aquel a quien el diablo no fue suficientemente valiente para atacar… A causa de tu deserción, incluso el hijo de Dios tuvo que morir» (Tertuliano).

Pero no fue Eva la primera compañera de Adán, ni la primera mujer de la Creación. En el texto del Midrash, el Alfabeto de Ben Sirá, Lilith se nos presenta como la primera mujer de Adán, aunque su figura, asociada al inframundo y a la serpiente, procede de la mitología asirio-babilónica. El personaje de Lilith ha sufrido multitud de alteraciones: las primeras referencias nos transmiten la idea de un espíritu guiador hacia la sabiduría y la inmortalidad, mientras que en la iconografía asiria pasa a ser una figura demoniaca, y en la Cábala es la Madre del Mal, esposa del ángel caído. Este proceso terminará con una Lilith seductora, lujuriosa y devoradora de hombres; un espíritu maligno que atacaba a las mujeres durante el parto y mataba a los recién nacidos.

Según el Talmud, Lilith, que había sido creada a partir del polvo, igual que Adán, no aceptaba yacer debajo de su compañero. La falta de sumisión y de acuerdo la llevaron a abandonar a Adán y a huir del Edén. No solo desobedeció a ‘su hombre’, sino que se enfrentó a Dios al negarse a regresar cuando este se lo ordenó. Algunos relatos la relacionan con la serpiente que tienta a Eva.

No es de extrañar que la Biblia eliminase la existencia de una mujer anterior a Eva, quien, siendo culpable del pecado original, no se enfrentó a Dios ni se acostó con demonios.

Pandora, Eva y Lilith cometieron actos de desobediencia que fueron convertidos en pruebas de debilidad y maldad inherentes a toda mujer y en la principal justificación de su eterno sometimiento a su superior ‘natural’, el hombre. Las tres transgredieron el papel para el que fueron creadas, adoptando un papel activo, tomando decisiones en contra de la divinidad. Su ‘historia’ ha sido utilizada para reafirmar el sistema patriarcal, que señala dos espacios y dos actitudes bien diferenciados atendiendo al sexo.

El deseo de acceder a la sabiduría divina fue el pecado de Eva; el de Pandora, la curiosidad por el contenido de la vasija; el de Lilith, la insumisión.

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