Limón&Vinagre

Nani Moretti: La Sacher, el musical, la perplejidad y las utopías

«Nunca he salido de lo privado», ha declarado, pero, de hecho, ha convertido su intimidad, los exabruptos ante un televisor, en proclamas políticas, es decir, sociales, es decir, éticas

Nani Moretti, en la alfombra roja de Cannes en 2021, durante la presentación de 'Tres pisos’.

Nani Moretti, en la alfombra roja de Cannes en 2021, durante la presentación de 'Tres pisos’. / Caroline Blumberg / Efe

Josep Cuní

A Nani Moretti le gustan, al menos, tres cosas: el waterpolo, la tarta Sacher y las confesiones que son alegatos políticos. Bien, hay más, pero estas tres son decisivas. Quizá podríamos añadir lo que dijo hace tiempo: «Mis películas siempre parten de mí mismo. Lo que trato de comunicar es precisamente mi propia perplejidad». Es decir, un discurso recurrente y circular, a veces virulento, o nostálgico, irritado o desencantado, para que la izquierda reaccione, para que deje de actuar como un espantapájaros y hable con sensibilidad hacia un nuevo mundo, con conciencia de clase.

«No debería ser tan complicado ser de izquierdas, hoy», ha dicho recientemente, pero sigue lamentando la desidia, la acomodación al sistema, la falta de un impulso solidario radical. Cuando en Aprile reprochaba a Massimo d’Alema que no reaccionara («¡di qualcosa, reagisci!») ante el discurso arrollador y vacío de Berlusconi, antes le pedía, le exigía, que hablara de la izquierda, que hablara de la civilidad. 

Desde el primer cortometraje (La sconfitta) y hasta este último estreno (Il sol dell’avvenire), pasando por su militancia, hace 20 años, en el movimiento civil de los girotondi, que llenaron las plazas del país, Nani Moretti ha clamado por lo mismo, con una filmografía que es una entrega por capítulos. «Nunca he salido de lo privado», ha declarado, pero, de hecho, ha convertido su intimidad, los exabruptos ante un televisor, en proclamas políticas, es decir, sociales, es decir, éticas.

Pero volvamos al principio. Al waterpolo. Hasta los 17 años jugó en el Lazio Nuoto (aunque ahora es de la Roma) y también en la selección italiana. Lo dejó por el cine (cuando compró una super-8 después de vender una colección de sellos), pero no perdió sus orígenes acuáticos. En una de sus primeras películas (Pallombella rossa), monta un maratoniano partido en una piscina de Acireale y cuando está a punto de lanzar el penalti definitivo, se detiene y piensa, por supuesto, en el discurso izquierdista del PCI (el Partido Comunista Italiano), en la obligación de cambiar la sociedad. Entonces, todo el público, con él, canta una estrofa de E ti vengo a cercare, la canción de Franco Battiato. «Te vengo a buscar con la excusa de hablar contigo, porque me gusta lo que piensas y porque es en ti donde veo mis raíces». Está a punto de lanzar el penalti. Pero duda qué hacer. ¿Hacia un lado, hacia otro? Duda tanto que el guardameta para el lanzamiento. Por cierto, el público estaba formado por 300 extras que, después de cantar toda la noche y hasta la madrugada, muertos de hambre, clamaron: «Moretti, Moretti, vogliamo i cornetti». Querían los cruasanes.

En una escena de Il sol dell’avvenire, un ayudante de producción pregunta cómo es que había dos millones de rusos en Italia. Cree que los militantes del PCI tenían que ser rusos a la fuerza, ya que eran comunistas. Moretti le dice que no, estupefacto, que eran todos italianos, que en Italia existió, en un tiempo lejano, ese fenómeno político.

Aire sagrado

Es una escena similar, salvando las distancias, a la confesión de uno de los protagonistas de Bianca -uno de sus primeros filmes-, que dice que nunca ha oído hablar del pastel vienés Sacher, el de chocolate con mermelada de fresa. ¿Cómo? ¿Nunca? Es su dulce preferido, y así se llama la productora que fundó en 1987 y el cine del Trastevere que todavía regenta, desde el 91, (Cinema Nuovo Sacher), en un edificio racionalista de los años 30. «Sacher, porque me gusta y porque tiene un aire como de sagrado».

A Nani Moretti también le gusta bailar. Solo o acompañado. O decir que le gustaría bailar y rodar una comedia musical. He recogido unas cuantas opiniones sobre la última película, ese sol del futuro, y la mayoría piensa que es un intento gozoso de aferrarse a la utopía. A mí me pareció tristísima. Justamente porque cuando todo va fatal, cuando la utopía se derrumba, solo queda la música. Como una fuga onírica.

Baila el pastelero trotskista de Aprile y ahora baila todo el equipo (con el gran Silvio Orlando a la cabeza) cuando el PCI se demuestra insensible ante la irrupción soviética en Hungría, en 1956. Bailan Voglio vederti danzare (¡otra vez Battiato!), en un momento irreal que volvemos a ver en el majestuoso y emocionante desfile final por el Foro Romano. «Es un polemista -dijo Molina Foix-, un anárquico que siempre sabe fijar el aire del tiempo». Quizá sea eso. En estos tiempos de perplejidad, acabemos bailando hasta que todo acabe. 

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