Necesitamos volver aprender el valor del esfuerzo y la derrota

Debemos tomar conciencia que, para alcanzar un objetivo importante en nuestra vida, es muy probable que tengamos que conocer el valor de la derrota

Pedro Juan Martín Castejón

Por lo general, es complicado empatizar con aquello que desconocemos. Por ejemplo, qué difícil es para una persona que finalizó sus estudios en la universidad y aprobó las oposiciones para trabajar en el sector público, comprender al empresario autónomo que ha montado una pequeña empresa y al final, debido a los avatares del mercado, ha tenido que cerrar el negocio. Solamente puede entender su frustración si ha tenido una experiencia parecida al intentar poner en marcha un proyecto empresarial en el que haya fracasado. Es entonces, y no antes, cuando estará en condiciones de comprender como puede sentirse esa persona, que después de tantos esfuerzos no consiguió alcanzar su meta. Por ello, debería ser un objetivo estratégico para cualquier sociedad capacitar a sus ciudadanos y ciudadanas en la gestión del fracaso, para que pudieran conocer de primera mano el valor de la derrota, y la frustración que se produce cuando no se alcanzan inicialmente los objetivos y metas planificadas.

También, haría falta desarrollar la capacidad de sacrificarse para alcanzar una meta, sobre todo cuando los primeros intentos por conseguirla han venido acompañados por el fracaso. Debemos tomar conciencia que, para alcanzar un objetivo importante en nuestra vida, es muy probable que tengamos que conocer el valor de la derrota. En la mayoría de ocasiones la gente se frustra, porque le hemos hecho creer que él, o ella, es mejor de lo que realmente es. Por eso, hoy en día vivimos en un mundo donde las cosas tienen que ser fáciles y, además, tienen que ser inmediatas. Claramente, esta fórmula de facilidad e inmediatez no funciona cuando se quiere mejorar de verdad en la vida, porque eso cuesta esfuerzo y estar dispuesto aprender de cada una de las derrotas que van a aparecer en el camino antes de llegar a la meta.

Actualmente, la mayoría de nuestros jóvenes no quieren sentirse frustrados por no alcanzar sus objetivos, más aún cuando continuamente están escuchando mensajes del tipo: «que vas a conseguir estudiando o esforzándote profesionalmente, si aquí, en este mundo, lo único importante es tener dinero y popularidad». No es de extrañar que cuando se ponen a trabajar para alcanzar un logro importante lo intentan muy pocas veces, con lo cual es mucho más difícil alcanzar el éxito. Esto en parte se debe a una sobreprotección para evitar la frustración, ya que en la gran mayoría de los casos, los padres han hecho todo lo posible para que no tuvieran que esforzarse en conseguir las cosas que necesitaban. Por otra parte, el sistema educativo se lo ha puesto fácil para que aprueben y tengan sus diplomas, independientemente de tener la capacidad suficiente o no para obtenerlos. No es de extrañar que cuando están en sus puestos de trabajo, sus principales motivaciones sean principalmente tener más libertad, menos responsabilidades y más tiempo libre. Sin duda alguna, una sociedad así no es sostenible en el tiempo. Si nuestros abuelos y abuelas, madres y padres, hubieran actuado de esta forma, seguramente no tendríamos la sociedad que estamos disfrutando.

En consecuencia, si queremos tener una sociedad en la que todos podamos progresar siendo más sostenibles y solidarios, deberíamos de aprender el valor del esfuerzo y la derrota. Pues, aunque no seamos capaces de alcanzar nuestros objetivos inicialmente, no tenemos que caer en el hoyo o salir huyendo en la dirección contraria. En este contexto, la sabiduría del refranero popular nos enseña: «No te ahogas por caerte al río, sino por no saber salir de él». Enseñemos a nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, el valor de las derrotas, que son las que nos hacen avanzar realmente en la vida. Que no tengan miedo a fracasar, pues en la vida «unas veces se gana y otras se aprende», que la clave es aprender a gestionar el fracaso y los errores que hayamos podido cometer. Hagámosles saber que sentirse frustrado por no alcanzar un objetivo es normal y natural, pero que aprendan a verlo «como un moratón y no como un tatuaje», como bien decía el poeta John Sinclair.

En suma, deberíamos trabajar en crear una sociedad en la que se pueda fracasar y volver a empezar de nuevo, sin que el valor y la dignidad de las personas se vean afectados. Asimismo, también deberíamos abandonar la tolerancia que hemos tenido hasta ahora con los oportunistas y trepadores sociales, que han convertido nuestra sociedad en un mundo de triunfadores deshonestos, de gente que son neuróticos del éxito, pero que no están dispuestos a esforzarse ni a pagar el precio de la derrota. Si todos fuéramos capaces de actuar en esta dirección, nuestra sociedad sería capaz de generar personas resilientes, dispuestos a esforzarse para alcanzar sus metas y sin ningún temor al fracaso, ya que la próxima vez, lo van a volver a intentar con más experiencia y conocimiento, hasta conseguirlo.

Suscríbete para seguir leyendo