Negociaciones 23J

Francina Armengol, de dirigente regional a estadista en el Congreso

Sánchez acierta al proponer a la candidata más compatible con sus socios variopintos para la mesa del Congreso y la posterior investidura

Francina Armengol, elegida nueva presidenta del Congreso con el apoyo de 178 diputados.

Francina Armengol, elegida nueva presidenta del Congreso con el apoyo de 178 diputados.

Matías Vallés

Matías Vallés

Todos la llaman Francina, incluso quienes no piensan votarla jamás, porque la familiaridad es el símbolo de una gobernante de proximidad que envuelve su obstinación partidista en abrazos. En el ascenso de Armengol de dirigente de ámbito regional a estadista, en el que Junts dijo que 'sí', juega un papel clave su adscripción polifacética. La primera presidenta del Govern balear, la única que lo ha encabezado durante ocho años consecutivos, presumía en sus tomas de poder de feminista, socialista, nacionalista, federalista y republicana. Antes de enarbolar las acusaciones de sectarismo, conviene precisar que también puede reírse a mandíbula batiente junto a Felipe VI y que declaraba en la campaña de las autonómicas que "estoy orgullosa de los hoteleros", una de las frases que explican su derrota. Para entender su nominación a la cima del Congreso, hay que adjuntar la condición de catalanista no catalana, situada extramuros del PSC tan enojoso para Esquerra y Puigdemont.

Armengol no es la mejor preparada, solo es la elegida ideal para presidir el Congreso en unas circunstancias harto diferentes a las disfrutadas en 1986 por el también mallorquín Félix Pons. El jurista fue elevado a la tercera magistratura del Estado con mayoría absoluta del PSOE, para permanecer una década al frente de la cámara baja, hasta la jubilación de Felipe González. En una situación mucho más precaria, acierta Pedro Sánchez al proponer a la presidenta más compatible con los socios variopintos que precisa para la configuración de la Mesa del Congreso, que debe catapultar además la ulterior investidura.

Sánchez ha debido hacer acopio de pragmatismo para comprometerse con Armengol, suturando las diferencias abismales que se concretaron cuando su muy amada lo traicionó para enrolarse en la episódica candidatura a la secretaría general socialista de Patxi López. La presidenta de Mallorca y de Balears en escalas sucesivas pensaba que el hoy presidente candidato había perdido la cabeza. Y lo dijo.

La propia Armengol pudo haber sido secretaria general del PSOE durante las turbulencias de la década pasada. Por desgracia, entre sus numerosas afiliaciones no figura el madrileñismo. Para la digitada, lo peor de una posible presidencia del Congreso consiste en la obligatoriedad de instalarse durante largos periodos en la capital.

Quien menosprecie a Armengol por su cuenta y riesgo, deberá arrostrar las consecuencias de una profesional entregada al cien por cien a la política en sus variadas dimensiones, y sin ningún punto de contacto con la Meritxell Batet que se dejó ningunear por el Tribunal Supremo. La ahora elegida para dirigir el Congreso consiguió ser la presidenta de todos los ciudadanos de Balears, aunque se negaran a respaldarla en mayo. Puede dominar a un Congreso escindido en dos mitades, pese a que su sentimiento hacia Vox desborda el odio asumible.

No confundan la sonrisa perpetua de Armengol. Desde la cordialidad, anuló por completo a sus socios de izquierdas en el Govern balear. Los funambulistas de Podemos y los ecosoberanistas de Més quedaron reducidos a meros comparsas. La astucia de la presidencia consistía en sincronizar este menosprecio con el establecimiento de relaciones muy estrechas con Yolanda Díaz o Íñigo Errejón, íntimos en citas que nunca trascendieron.

Sin embargo, la utilidad de la mallorquina para Sánchez se halla en el vértice más levantisco del espectro.

Mientras España votaba por partida doble en 2015 y 2016, las relaciones de Sánchez con los presidentes de la Generalitat admiten un calificativo muy concreto, eran nulas. De modo que Armengol se convirtió en su embajadora ante Artur Mas y Carles Puigdemont, por no hablar de Quim Torra. Aquel trabajo sordo y no recompensado entonces, rinde frutos de modo inesperado una vez que Junts es la encrucijada de todos los caminos políticos de España.

Armengol asciende al rango de la mujer más importante de la historia de Baleares, si no la personalidad más importante desde Antonio Maura. Ya está estudiando los discursos de Pons para citarlo, y Rubalcaba será un referente ineludible en caso de que se confirme la ascensión irresistible. A Junts le sobran razones para negarse a pactar con el PSOE, pero se queda sin objeciones frente a Armengol.

Las facturas pendientes de Armengol que explotará la derecha siempre dura se abren con su aventura de madrugada en el Hat Bar en pleno confinamiento, la estafa de una falsa planta de hidrógeno que nunca funcionó, su compra in extremis de pisos de lujo de Metrovacesa o el escándalo de los abusos sexuales a menores tuteladas. Más pintoresco resulta que se le acuse de federalista o nacionalista, precisamente las cualidades que pueden propulsarla a la cumbre de su carrera y del Estado.

De culminar la operación en curso, Armengol habrá sido expulsada del Govern por la puerta grande. No se ha repuesto del golpe de su derrota en las autonómicas, y el discurso de réplica a la investidura de su sucesora fue digno de una película de zombis. Su actual promoción no le cura la desazón de haber sido derrotada en mayo por la recién llegada Marga Prohens, pero la líder del pacto PP/Vox no solo le ha dado, sino que le ha ganado una posible presidencia del Congreso. De ahí que la política de Balears más descontenta hoy con su fortuna sea precisamente la presidenta del Govern. Amarga victoria.