Diario apócrifo: embustero y bailarín

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Hoy me he decidido a leer un borrador del acuerdo de divorcio entre mi hija Cristina y el bobo de Urdangarin. Bobo, sí, pero aprovechátegui, también. No me extraña que Cristina se haya negado de momento a aceptar las condiciones que propone Iñaki. Y el caso es que, para variar, al final seré yo quien tenga que correr con buena parte del coste de su fiesta. En fin, ya que mi hijo Felipe ha renunciado ostentosamente a la herencia que yo le pudiera dejar, voy a gastarme los cuartos en el bienestar de mis hijas.

Pero prosigamos con los recuerdos de los turbulentos acontecimientos antes del golpe del 23-F. A raíz del enfrentamiento con Suárez, mitad con alivio, mitad con pesar, tuve que prescindir de Alfonso Armada y lo sustituí por Sabino Fernández Campo. Uno de los tíos con más temple y criterio que he tenido a mis órdenes, aunque un poco puritano. A todo esto, todos los líderes de la oposición de izquierdas firmaron un acuerdo con Suárez renunciando a la ruptura democrática habían defendido. Lo de ETA, sin embargo, siguió por su lado. Con ellos no había ningún punto de entendimiento y eso costó muchas vidas y mucho sufrimiento durante muchísimos años.

Suárez era un hábil bailarín y se dedicaba a tiempo completo a organizar la nueva estructura política del país, su pasión. Pero, con la superficialidad que lo caracterizaba, hacía caso omiso de los militares. En cierto modo, me endosaba a mí la tarea, nada fácil, de mantenerlos a raya y sin salir de sus cuarteles, porque su ministro de Defensa, Gutiérrez Mellado, no gozaba precisamente de la devoción de sus compañeros de armas. Pero, además, sucedía que ETA, que sí que había visto que el eslabón más débil de la cadena era el ejército, lo tomó como blanco de sus cobardes atentados. La táctica consistía en provocar una respuesta fuerte de las fuerzas de seguridad e incluso declaraciones subidas de tono de los militares para que la ciudadanía vasca se sintiera enfrentada a las fuerzas del Estado. Hay que tener en cuenta que muchos mandos eran franquistas y no habían cambiado ni de métodos, ni de hábitos, ni de creencias. Así que la escalada estaba garantizada. Y el clima tenso, también.