Las trébedes

Tus datos no son tuyos

Si uno está concienciado y quiere tener algún control sobre sus datos personales apenas le quedan opciones: o ser un verdadero robinsón (vivir sin teléfono, nada de navegación por internet y mucho menos redes sociales) o ser consciente de que sus datos no le pertenecen y de que el futuro le puede deparar sorpresas más o menos desagradables

Carmen Ballesta

Carmen Ballesta

Proceloso mar el de los datos. Casi todos sabemos que nuestros datos andan por ahí haciendo rica a alguna gente. Nos hemos acostumbrado a que nos pidan (y a dar) toda clase de datos personales para casi cualquier tontería: apuntarse a pilates o hacerse tarjeta de cliente en una tienda o restaurante. Con este último truquito, si no aceptas, ya sabes, recibes una cara de perro estupenda, porque eres tonta por no querer ventajas como ahorrarte un 10% en una tienda en la que compras al año una vez o ninguna. Bueno, no, no es solo ese ahorro increíble, además, al hacerte “la tarjeta de cliente”, es decir, a cambio de tus datos, también “tienes acceso” a “ventas privadas” o a “descuentos especiales” o a “información sobre novedades”. ¡¡¡Ooooh, puedo sentirme VIP, casi soy como Tamara Falcó o Victoria Federica!!! Ja. Y si aceptas, tendrás todas esas grandísimas “ventajas” pero no tendrás ni idea de dónde irán a parar ni para qué van a ser usados tus datos personales. Sí te enteras de que recibes correos electrónicos semanales, cuando no diarios. Pero claro, no vas a pedir que no te los manden, porque entonces te perderías esas magníficas ocasiones de ahorrar, no comprando eso que de todos modos no ibas a comprar. O sí; mi colmo ha sido más de una vez que he dado los datos y pedido que no deseo recibir ninguna clase de publicidad. Así me pierdo todas las “ofertas”. ¿Pues para qué los di? Yo tampoco lo entiendo, pero no ha sido la única vez. Será que la estupidez acecha constantemente.

Las empresas se ocupan de cumplir la ley, por la cuenta que les trae, si tienen la mala suerte de que les aparece un ciudadano con conciencia de sus derechos y con ánimo para exigirlos. Sin embargo, lo hacen de una forma poco práctica para el ciudadano. Algunas, hasta ofrecen su política de protección de datos impresa, lo que es muy de agradecer. Te largan unos cuantos folios (o solo el primero, “porque está mal la impresora; tú firma ahora, y ya si eso mañana te lo doy todo” (sic)) o tienen un enlace que te lleva a un testamento de ene pantallas. Si uno intenta leerlos, la mayoría de las veces se da cuenta de dos cosas: de que no lo entiende y de que va todo en un lote. Un lote que desconcertaría a cualquiera: nombre y apellidos, DNI (¿para venderme pintauñas?), dirección postal (¿para qué, si ya se ahorra papel hasta en exceso?), teléfono (¿para qué, si cuando encargo algo me lo preguntan igualmente?), e-mail (¿por qué, si deseo rechazar comunicaciones por este medio?), por supuesto, fecha de nacimiento (porque “te obsequian con descuento especial de cumpleaños”, que por supuesto nunca se aprovecha, porque caduca, por ejemplo)… y hace poco, en uno de los bancos más importantes de España con negocio en bastantes otros países, mi permiso habría incluido el uso de datos “biométricos, fisiológicos y conductuales”. Nada menos. Vamos, que faltaba pedir el color de la ropa interior, ay, no, qué ingenua, con lo que tienen y sus algoritmos ya lo averiguan ellos.

Lo jodido es que incluso si uno está concienciado y quiere tener algún control sobre sus datos personales apenas le quedan opciones: o ser un verdadero robinsón (vivir sin teléfono, nada de navegación por internet y mucho menos redes sociales) o ser consciente de que sus datos no le pertenecen y de que el futuro le puede deparar sorpresas más o menos desagradables. Porque en cuanto acudas a una consulta médica, te compres un coche, estés buscando piso en inmobiliarias, o quieras contratar un viaje, por ejemplo, tus datos personales ya no se quedan, como antiguamente, en el papelito de tu ficha, en el archivador gris o marrón. Concedamos que hay empresas de servicios básicos que necesitan realmente tus datos personales, como suministro de gas o electricidad, por ejemplo. Ahora bien, desde que supuestamente esos sectores se han liberalizado, ¿por qué cuando decides cambiar de suministrador jamás te preguntan qué deseas que hagan con tus datos? Entre los ocho derechos que la legislación española y europea sobre protección de datos reconoce al ciudadano se incluye el derecho a la portabilidad, que significa que, si te cambias de empresa y lo pides, han de darte tus datos en un formato que te permita entregarlos al nuevo encargado de protección de datos.

También tenemos derecho de información, de acceso, rectificación, supresión, oposición, limitación del tratamiento y a no ser objeto de decisiones individuales automatizadas (sin intervención humana). Derechos que, no obstante, no son absolutos. Recientemente el Tribunal de Justicia de la UE ha aclarado el significado de los términos “copia” e “información” a petición de un tribunal austríaco, lo que obliga a las empresas a darte todos los datos que tienen sobre ti, en principio. Que el tema no es trivial lo prueba el hecho de que Threads, la competidora de Twitter (Elon Musk) lanzada por Meta (Mark Zuckerberg), no está disponible en la UE debido a las restricciones que la ley impone sobre el uso de los datos personales, pues resulta que el comercio con estos es una de las principales fuentes de ingresos de Meta. La cuestión es por qué les resulta tan fácil a las empresas conseguir y sobre todo conservar y usar tus datos y a ti tan difícil tener control sobre lo que hacen con ellos (por ejemplo, establecer limitaciones temporales de su uso) o cancelar tu permiso.

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