Tribuna Libre

Panorama post y pre electoral

Hay que aprovechar el impulso que da la rabia y hacerlo mejor que nunca. No podemos pensar que la ola conservadora que recorre el mundo es una catástrofe natural contra la que no se puede luchar

Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal

Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal / El Periódico

Ramona López

Bueno, pues como era perfectamente previsible, el PP pacta ya a calzón quitado con Vox, con quienes se entienden con una rapidez que abochorna. Se podrían cortar un poquito, pero para qué. Ya sabemos lo que van a suponer esos pactos en la vida de las personas, porque las consecuencias se están dejando ver a la velocidad de la luz: concejalías de igualdad eliminadas, banderas arcoíris escondidas, amago de suspensión de la libertad de manifestación frente a asesinatos machistas, acoso policial en el día del Orgullo LGTBI… En Extremadura ya han puesto fin al teatrillo y se han entendido con los ultras, cosa que no dudábamos. El Partido Popular, al pactar con Vox, pacta consigo mismo, porque de dónde ha salido esa ultraderecha tanto tiempo agazapada. El PP se desmelena ahora con un regocijo ultra tan desinhibido que tiene más que ver con la derecha americana que con la europea, de la que tanto presumían. Queda claro que fingieron ser lo que no son: una derecha constitucional, centrada, moderna; es ahora cuando muestran su verdadera cara. Pero no pasa nada, chavales, las contradicciones a la derecha, como todo lo demás, les salen gratis.

Sin embargo, en la izquierda el panorama es completamente distinto. Y es que todo español lleva en su cabeza un seleccionador nacional y un analista político de izquierda. La derecha está exenta de toda crítica generalista, dispone de patente de corso, una de sus muchas ventajas. Su líder podría salir, qué diría yo, de vacaciones en el yate de un narcotraficante convicto y confeso, y no pasaría nada. Ahora, como al líder de la izquierda se le ocurra utilizar el avión presidencial para labores relacionadas con su cargo, que se prepare para el aluvión de collejas. Si una pareja de líderes de izquierdas se compran una casa y la pagan con su dinero, se convierte para la prensa de derechas en los marqueses de Galapagar, además de ser objeto de un acoso inhumano. Si una ministra de derechas se encuentra, oh sorpresa, un jaguar (el coche de lujo, no el animal) en su garaje, el personal simplemente se encoge de hombros. Eso por lo que respecta a la crítica que le hace la derecha mediática. Pero la crítica en el seno de la propia izquierda no es más benevolente, porque cada votante de izquierda lleva en su cabeza, además de un seleccionador nacional y un analista político, un director espiritual de la verdadera izquierda, que reparte y retira carnés de pureza ideológica a diestro y siniestro.

La izquierda posee una concepción ética de la persona y de la sociedad de la que carece la derecha, cuyo timón es darwiniano y se basa en la ley del más fuerte. Pero ese sentido de la ética es al mismo tiempo fortaleza y debilidad, porque en cuanto el votante detecta una desviación de esa rígida línea, castiga a sus líderes. Los dirigentes de la derecha podrían salir por la televisión merendando gatitos vivos y su electorado les reiría la gracia. Ahí tenemos el caso de Trump, cuyas imputaciones no le debilitan, sino que le refuerzan. El nefasto Berlusconi, enterrado con honores de estado después de décadas destruyendo el tejido cultural y político de su país es otro ejemplo de la misma relajación ética. La derecha apela a lo más atávico, lo más primitivo, lo más primario del votante. Por eso a sus líderes todo les sale gratis. Todo: sacar el cadáver de ETA del armario, secar Doñana, darle la puntilla al Mar Menor.

Partimos con desventaja, por eso hay que reaccionar rápidamente. La sorpresiva convocatoria de elecciones dejó a la gente de izquierdas con la lágrima a medio caer mientras que al personal de derechas se le atragantaba el champán recién descorchado. Hay que aprovechar el impulso que da la rabia y hacerlo mejor que nunca. No podemos pensar que la ola conservadora que recorre el mundo es una catástrofe natural contra la que no se puede luchar. Las masivas manifestaciones del orgullo LGTBI la semana pasada han mostrado la fuerza que somos capaces de desplegar para detener el avance de la ultraderecha. Ese es el camino que debemos seguir porque lo que nos amenaza es más grande que lo que nos aflige.

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