Limón & Vinagre

La 'drag queen' era un señor de Vox

Juan Mateu Gual como Juan de Ibiza en una discoteca en 2016

Juan Mateu Gual como Juan de Ibiza en una discoteca en 2016 / Space Ibiza/Facebook

Pilar Garcés

Pilar Garcés

Hay una España que madruga porque todavía no se ha acostado. Lo hará, después del tardeo y del petardeo. Pues a esta España que trasnocha también la representa Vox, el partido de ideas trasnochadas. Una drag queen llamada Juan de Ibiza colgó hace tres veranos la boa de plumas, el corpiño y las plataformas. Después de años de disfrutar la vida loca, Locomía, se puso una americana azul marino y ahora es el concejal de Turismo de Alcúdia. Por Vox, imprescindible el matiz, y en un consistorio comandado por la alcaldesa Josefina Linares del PP, uno de esos pactos a la derecha que son el pan nuestro de cada día. Pero volvamos a la noche, cuando Juan Mateu Gual se proclamaba «embajador de Eivissa», «relaciones públicas, imagen, productor, guía y estilista» y organizaba fiestas de desparrame máximo, entre otras, en la discoteca Amnesia. 

¿Dónde me ha dicho? No me acuerdo de nada. Yo soy un español que se viste por los pies, y que como dijo nuestro cabeza de lista local por el partido neofascista quiere poner a la ciudad del norte de Mallorca «en el lugar que le corresponde». Desde luego, ha sido noticia a nivel nacional que una drag queen barbuda archiconocida en el ambiente acabe en los cuadros de mando de una formación política homófoba, tránsfoba y que pretende recortar los derechos de todos aquellos que no sean estrictamente heterosexuales y de su cuerda. ¿Demasiado tiempo mirando fijamente la bola de espejos en la pista de baile? Algo peor que el garrafón le tuvieron que poner en la bebida para sufrir una resaca tan mala. 

Hay una España cuya mano ultraderecha no sabe lo que hace su mano izquierda. Esa España que vive del cuento y de la soflama, y que se pone una bandera rojigualda en la goma de los gayumbos como un pasaporte para vivir su vida como le da la gana, mientras da instrucciones sobre la ajena. Y, lo más peligroso, se está preparando para legislar al respecto. Juan de Ibiza, maquillaje a tope, tangas de brilli brilli, apretados corsés de fantasía, sombreros de copa de raso rosa y que no pare la juerga. Juan Mateu Gual, empleado de una empresa de excursiones marítimas y edil por un partido que desprecia la libertad sexual y considera la homosexualidad un peligro y una desviación. Juan de Ibiza, participante en la Pitiusa mayor de una campaña ciudadana para frenar los alquileres abusivos. Juan Mateu Gual, regidor, hoy, por una formación que rechaza por liberticida cualquier intento de enfriar el desbocado mercado inmobiliario. Dos caras de una moneda que parece un duro sevillano.

Personaje bifronte, no será el primer político en practicar la hipocresía (fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan) porque se están repartiendo cargos públicos a troche y moche, y hay que ser la persona indicada en el momento preciso. Nos faltan manos. Patriota el último.

Una amenaza cierta

El extransformista no ha dicho esta boca es mía desde que salió a la palestra su pasado de reinona. Normal, como se dice en Mallorca, tal día hará un año mientras las nóminas llegan puntuales. Tampoco ha piulado la alcaldesa conservadora de Alcúdia que depende de su voto. La oposición de izquierdas, en la línea que le ha llevado a perder el poder a lo largo y ancho de todo el Estado, comenta que se trata de un asunto privado del que ni se pronuncia ni se pronunciará. Hete ahí la actitud santurrona, pusilánime y pánfila con la que malamente se puede defender el fuerte de los derechos fundamentales de la amenaza cierta que supone una extrema derecha crecida. Pues claro que hay que decir sin achantarse que ser la drag queen de un partido neofascista resulta francamente incoherente, como lamentable unirte a quien insulta y desea marginar a personas cuyo único pecado es ser como tú. Se llama blanqueo de carcamales, doble moral e insolidaridad. 

Está feo predicar una cosa y dar un trigo muy distinto, ser uno de esos sepulcros blanqueados que decía la Biblia. Lo sabe muy bien el ultracatólico presidente del Parlament balear, de Vox, Gabriel Le Senne, que denuncia cosas como que «el adoctrinamiento LGTBI está elevando los porcentajes de niños homosexuales y trans». Ha rechazado poner, como solía hacerse, la bandera arco iris en el balcón de la Cámara con motivo del orgullo gay, con el PP apoyando la medida, achantado en la retaguardia pero menos incómodo de lo que algunos creen. Y con Juan de Ibiza aplaudiendo a la nueva estrella barbuda del show, pues el negacionismo empieza por uno mismo.

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