El retrovisor

De cuando se daba punto

Conviene recordar, sin melancolías aquellos días felices, cuando las familias se ponían en marcha para disfrutar de los largos meses estivales, de Junio a Octubre

Curso 1965-66, 4ºB, del Colegio Marista La Merced de Murcia.

Curso 1965-66, 4ºB, del Colegio Marista La Merced de Murcia. / Archivo TLM (foto coloreada)

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

En tiempos menos perversos, abuelas, tías y madres denominaban al final de curso «Dar punto». Un punto y final al año escolar que abría al alumnado de entonces la perspectiva de un verano, de modestos veranos cercanos a la naturaleza que propiciaban el campo, el monte o la playa.

Eran los tiempos de las exigentes ‘Reválidas’ de cuarto y sexto curso de bachillerato. Las que te hacían salir del cascarón colegial y te acercaban a las aulas de los institutos para el susodicho y exigente examen, rompiendo así la rutina diaria, algo que alteraba el sistema nervioso de los candidatos a bachiller elemental y superior, que para mayor desgaste psicológico, debían asistir a las convocatorias vistiendo aseadas chaqueta y corbata.

En aquellos entonces los ministros eran sabios señores avalados por una trayectoria profesional impecable y culta: Manuel Lora Tamayo, ministro desde 1962 a 1968 y posteriormente José Luis Villar Palasí que ocupó la cartera ministerial de Educación desde 1968 a 1973. Ministro impulsor de la E.G.B y del B.U.P, autor de libros tan amenos como Principios de Derecho Administrativo entre otros muchos. En nada parecidos a los actuales, formados algunos en la holganza y como mucho repetidores impenitentes de carreras universitarias que no llegaron a concluir.

Fueron aquellas generaciones de alumnos aspirantes a bachiller que se iniciaban a los diez años en unos tiempos en los que no existían prebendas ni comodidades como el bus escolar, ni acogedores comedores, ni aire acondicionado en las aulas. Días inolvidables pese a su dureza: sabañones en los fríos días del invierno o las caminatas en solitario bajo un sol de justicia en los veranos. Nadie se quejaba, sirviendo con ello a la forja de unas generaciones responsables y estudiosas pese a las exigencias de los planes de estudio en una España sumida en los albores del desarrollo económico.

Al dar punto final al curso, los suspensos tendrían que clavar los codos hasta las pruebas del mes de septiembre y los aprobados gozarían de la ociosidad en campamentos del Frente Juventudes y los más, del ansiado goce de la naturaleza acercándonos a insectos y bichos. Días de bicicleta, de baños en la mar o en piscinas y balsas de aguas sin cloro, aguas verdes pobladas de ‘gusarapos’, de pesca de cangrejos en calas de unas playas aún vírgenes en muchos casos. Jornadas de paseos en burro, de excursiones en pandilla, de discos microsurco que sonaban en el ‘picú’ marcados en la memoria por los primeros amores. Tiempos de cambios físicos en los que te despedías de los compañeros siendo adolescentes y al regreso al colegio te encontrabas con hombres de pelo en pecho y mostacho, muy difíciles de identificar.

La vida salía al encuentro en aquellos entonces para unas generaciones de buenos estudiantes que supieron sacrificar muchas horas de su vida pensando en un futuro de progreso y abundancia tras los años de subdesarrollo y carestía que tuvieron que vivir las generaciones que les dieran vida. Fueron aquellos estudiantes los que para bien o para mal conquistaron libertades e hicieron posible la transición a una democracia que estaba cantada. Conviene recordar, sin nostalgias ni melancolías aquellos días felices, cuando las familias se ponían en marcha para disfrutar de los largos meses estivales, de Junio a Octubre, para mayor sufrimiento de sacrificados padres de familia, Rodríguez, que entre sudores, continuaban en el tajo, para que esposa e hijos disfrutaran de unos veranos que quedarían grabados en el alma para el resto de sus vidas.

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