Pasando la Cadena

El agua siempre va a lo hondo

José Luis Ortín

Salvo capilaridades extrañas, que producen humedades insólitas, el agua, enfriando, se abre camino hacia abajo sin exhibir derechos ni respetar escrituras. Y el fuego sube calentando a veces demasiado, como hemos sufrido estos días. Ocurre igual con la lógica de las cosas más comunes de la vida y también con la mayoría de excepcionalidades.

El Girona es el fuego que calienta la liga para gozo de quienes vemos en los modestos un modelo de esperanza contra la apisonadora del poder y el dinero. En Inglaterra representó el Leicester hace años esta heroica de David contra Goliat, hasta alegrar la Premier y el fútbol mundial como ejemplo de que jugando bien todo es posible en este bendito deporte. Sin embargo, tarde o temprano, esos fuegos rutilantes los apaga el agua de la lógica. Es complicado en toda actividad humana luchar con éxito permanente contra los elementos. Los fuegos, si no los alimentas de continuo, se consumen pronto. Y en el fútbol más. Hasta en los grandes es necesario cebar la bomba continuamente. Dinero, aficiones numerosas, estructuras básicas, atracción general, capacidad y posibilidades de crecimiento, importancia mediática y profesionales buenos en todos sus ámbitos. Si no, flores de temporada para marchitarse antes de la siguiente.

No obstante, la propia marcha del Girona encierra otra lógica futbolera. Un equipo al que goleen con facilidad no puede aspirar a mucho, y los de Míchel tienen en los goles en contra su talón de Aquiles. Lo mismo que el Atlético de Madrid de Simeone fuera de casa. Una defensa permeable es sinónimo de fracaso. El Barça también lo está viviendo en sus carnes esta temporada. En la pasada fue campeón con solo veinte goles en contra frente a los treinta y cuatro actuales. Por comparar, el Real Madrid ha encajado hasta ahora dieciséis; la mitad que el Girona. Eso explica tanto la clasificación de la Liga como lo que cabe esperar para mayo. Cinco equipos para cuatro puestos de Champions. Lo normal es que el Madrid sea campeón con holgura. El Barça tiene que visitar a sus cuatro rivales y deberá disputar las restantes tres plazas con Atleti, Athletic y Girona, por ese orden.

El Barça de Xavi está empezando a funcionar, a ratos, aunque aún está lejos de lo que cabía esperar de la plantilla que dirige. Sin embargo, él sigue empecinado en el supuesto acierto de dimitir en diferido. Ojalá el Nápoles no precipite la guadaña de Laporta porque ese penoso argumento se tornaría en llanto a moco tendido para unirse a la retahíla de excusas anteriores. A estas alturas hay dos certezas. La que justifica lo deportivo es que se le ha descosido la defensa del año pasado a este. Y lo que explica su situación personal es que, como temía Laporta, Xavi no estaba maduro para lidiar el toro blaugrana. En un grande, a llorar al árbol, que decía un ilustre compañero de frontón. A pesar de todo, al egarense campeón de todo con su Barça y con España siempre le quedarán Lamine, Cubarsí y hasta Fermín y Marc Guiu como exponentes de una extraordinaria aportación al club. Eso no se lo quita nadie.

Y enseguida vuelve la Champions. Lamentablemente para nuestro fútbol, en Europa solo el Madrid tiene claras opciones de pasar a cuartos y de ilusionar a sus parroquianos con algo más. Dependerá del acierto arriba y, sobre todo, de que recupere jugadores para cerrar las dudas que ahora genera en defensa. Bellingham será clave en lo primero, como insólito goleador a falta de otro, y Militao en lo segundo. Aunque es de temer que Tchouameni deba especializarse en el centro de la defensa; ¡cómo me recuerda el caso de Fernando Hierro!, aunque el malagueño tenía más recursos técnicos. Con Rüdiger y Nacho no bastará y el brasileño es difícil que vuelva con el nivel exigible. Y eso, rezando para que Carvajal mantenga la excelente condición que luce ahora, porque Lunin está bien y Mendy es solvente si no se le exige desatascar en ataque.

Fuego, agua, aire y tierra eran los elementos del filósofo y político griego Empédocles para imaginar la física terrenal. Son indispensables para la vida, pero en el fútbol, más modesto y como decían por la huerta sin leer el Quijote: «El que nace pa marrano, la estaca le cae del cielo». El fuego dura poco y el agua siempre busca lo hondo.

Aquí manda la regularidad de los goles.

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