Crítica

Sinergia flamenca en las tablas del Romea

Un momento de la noche de la Cumbre Flamenca de Murcia.

Un momento de la noche de la Cumbre Flamenca de Murcia. / Rafa Márquez

Tania Herrero

En esta XXXI edición de la Cumbre Flamenca, y sobre las tablas del Teatro Romea, se dieron cita el pasado viernes tres grandes bailaores de la escena actual. Antonio ‘El Choro’ como cabeza de cartel, y Águeda Saavedra y la murciana Maise Márquez como colaboradoras en el baile.

Un recital flamenco creado para la ocasión que se abrió paso entre el público para dejar una huella imborrable, gracias también a la presencia de los cantaores Niño de Gines y Johnny Reyes, y la increíble guitarra de Juan Campello.

Abrió la escena el tocaor Juan Campello, que, con su innegable maestría, provocó varios piropos por parte del público a lo largo del espectáculo.

La siguiente escena nos hizo saborear la presentación del cante y del baile de una forma más actual, introduciendo unas sillas de diseño coetáneo que no se corresponden con las utilizadas habitualmente en los cuadros flamencos. 

Estos dos puntos focales se transformaron en un semicírculo donde, a través del repertorio formado por fandango, taranto, seguirilla, soleá y alegrías, el público disfrutó de la fusión magnífica entre el cante, el toque de la guitarra y el movimiento hipnótico del bailaor y de las bailaoras.

Antonio ‘El Choro’ posee una maestría percutiva con la que nos asombró en su control del zapateado y de los pitos, metiéndose al público en el bolsillo, no solo por la riqueza de su baile, sino por la espontaneidad con la que afrontó el tener que desabrocharse la camisa por la falta de aire y el comentario que se realizó desde el público sobre lo guapo que iba con ella abrochada. Esa energía casi animal que vimos en escena dejó con ganas de más al público. 

Maise Márquez, con esa presencia cautivadora a la que tiene acostumbrado al público murciano, hizo alarde de su buen hacer en escena, a pesar de los problemas técnicos que hicieron que el sonido de su zapato no se escuchase igual de bien que el de sus homónimos.

Águeda Saavedra, con una energía contenida, explosionó en el escenario a través del zapateo, manteniendo una sobriedad en los brazos acorde al vestuario que llevaba. 

Una velada flamenca de gran carisma que inundó de aplausos la más de hora y media que esta duró. Un increíble acierto fusionar el talento de todos los artistas en el escenario, sinergia que provocó unos momentos únicos e irrepetibles.