Crítica

XXXI Cumbre Flamenca de Murcia: pura sangre en el Villegas

Israel Fernández y Diego del Morao, el viernes en el Auditorio Víctor Villegas

Israel Fernández y Diego del Morao, el viernes en el Auditorio Víctor Villegas / Francisco Peñaranda

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

Hace apenas tres años, algunos tuvimos muy claro que los músicos de los que disfrutamos en la terraza del Batel llegarían donde ellos quisieran llegar. Y ayer, en el auditorio Víctor Villegas, ese pensamiento quedó sentenciado.

Con la sobriedad más pura de un comedido percusionista, dos palmeros y un piano de cola que engrandecía el escenario, apareció el hijo de Juana Jiménez y Moraito Chico, Diego del Morao, la esperanza del flamenco. Su único anhelo en ese instante era abrazar la guitarra que vuela, instrumento tratado por Morales, puedo imaginar, algo que viene siendo habitual. El jerezano de la escuela de Carbonero es de los más solicitados por todas las figuras del cante. Y por esa razón, ha grabado con Poveda, Mercé o Pansequito, entre otros. Pero tiene claro que, para embarcarse en varias producciones personales y una gira de muchas horas compartiendo carretera, lo mejor es la química con el que le recita pegadito, y así lo interpretó el brillo de sus ojos fundido con los destellos que brotaban de la media luna colgada del cuello de Israel Fernández.

Pocas veces vi tanta complicidad entre dos músicos que, indulgentes y permisivos, se daban la mano con una admiración mutua. Casi impropio para alguien de su edad, mostrar tanta ternura sobre las tablas. El toledano venía con los deberes hechos. Nadie te tacha, en un mundo tan lleno de purismo y obstáculos, como es el Flamenco, de ser el cantaor con más temple y conocimientos de lo Jondo en la actualidad, si no pisas un escenario con la lección aprendida y los deberes hechos. Apartaron por una noche la experimentación con otros sonidos y quisieron, con mucho respeto, sembrar cátedra ante un público que sabe lo que quiere y es asiduo a una Cumbre que tras 31 ediciones, poco o nada tiene que demostrar ya. Si bien, año tras año, eleva el listón y sube la nota con sus propuestas.

"Israel Fernández cantando Vino Amargo junto al piano debería ser considerado patrimonio de la humanidad"

Sorprendió la desgarrada delicadeza, cubierta por el manto ingenuo que ondea pacífico si no vives en Murcia. Comenzó con un sonido que más tarde tornaría a mejor entonando una hermosa minera. No pudo haber más acertada declaración de intenciones. Una voz que es devoción y su porte exuberante, amén de mi compañia que se volcaba en halagos hacia los artistas, fue lo que me frenó en seco para no enfadarme con esos de los dimes y diretes que se jalean a puerta cerrada, para tapar al que dispone porque trabaja. Las críticas a la cara o por escrito bajo firma, señores. Que estamos todos muy susceptibles con esto de las pujas por certamen.

Me terminaron de calmar los oles salidos de las entrañas del respetable al son de Tientos y Tangos. Diego no dejaba por un instante de estrujar su guitarra, me sorprendió esa postura tan inusual para tocar, hasta que entendí que la abrazaba para nunca perderla.

Insuperable imagen, como también lo fue el guiño a Remedios Amaya, que es cartel en esta Cumbre el día 23, poca broma. Y de guiños anduvo el juego. Si bien casi todos los temas del recital eran cosecha propia, no faltó ese destello a Caracol, la Niña de los Peines o Antonio Chacón. La esencia de Camarón brotó en varias ocasiones de la garganta de Israel y de ese collar con forma de media luna como homenaje al maestro. Y de Diego; qué les voy a contar, la peculiar manera de entender el compás, marcarlo, y perderse en el que conseguía el Soniquete jerezano, Don Manuel Moreno Junquera, Moraito Chico, no ha podido tener mejor discípulo. Pocas veces he visto tanta pulcritud a la hora de hacer sonar las primas y las bordonas.

"Diego no dejaba de estrujar su guitarra, me sorprendió esa postura tan inusual para tocar, hasta que entendí que la abrazaba para nunca perderla"

Sin tregua de nuevo Fernández, un disparate ese gitano sentado al piano, Israel es guapo y lo sabe. Por eso mide cada gesto de sus manos y rizos de su melena, que como Sansón, está dedicada al Dios de la Música desde antes de nacer. Por cierto, así se llama su hijo que ayer se llevó desde Murcia su bulería de séptimo cumpleaños.

Israel Fernández cantando Vino Amargo junto al piano debería ser considerado patrimonio de la humanidad, te lo digo, hermana.

Los aplausos, silbidos y oles por parte del público sonaron a verdad. Fuertes por los más jóvenes y respetuosos por parte de los puristas que no terminan de creerse la fusión de Pura Sangre.

Pero todos salimos del Villegas sonriendo y pensando, estoy convencida, que a veces, en un concierto, lo lineal gana a la potencia, que la complicidad es la clave para el sentir y el orgullo del que ha pagado su entrada, y que un buen sonido que mezcla sencillez y sofisticación como propuesta, es más que suficiente para grabarlo en nuestra memoria.

Gracias por dejarme contarlo y gracias Raimundo Amador, Sebastián Escudero y José ‘El Cabrero’. Por estar siempre ahí y enseñarme a amar el Flamenco.