Música

El laberinto rítmico de Steve Coleman

El saxofonista demostró en Cartagena que rehúye del encasillamiento. Junto a su banda Reflex, transitó por los ritmos que parten del jazz para ir al funk, al rhythm and blues, al hip hop y a la música africana, llevando al oyente de uno a otro sin tregua

De izquierda a derecha: Steve Coleman, Rich Brown y Sean Rickman

De izquierda a derecha: Steve Coleman, Rich Brown y Sean Rickman / Iván Urquízar

Hubo ritmo, mucho ritmo, en el concierto de Steve Coleman. Figura indiscutible del jazz contemporáneo, la complejidad de la propuesta del saxofonista alto procede de sus conceptos rítmicos, que parten del jazz, se van al funk, al rhythm and blues, al hip hop y la música africana, con sorprendentes cambios, superposiciones y cruces que hacen ese efecto circular tan característico suyo.

Seguidor confeso de Charlie Parker, Coleman, que rehúye el encasillamiento, trae jazz de ahora mismo, y, sobre todo, mucha improvisación. Coleman es un individualista, y su música es tan hermética e intransferible como cautivadora; intentar explicarla es una frivolidad (y muy complicado). Es un músico y un teórico que explora las complejidades y desviaciones que ha tomado el jazz. Ha estudiado e integrado las ideas de Parker, Coltrane y Ornette Coleman, su labor no está muy alejada del concepto de ‘Great Black Music’ al que tantos esfuerzos dedicó el Art Ensemble Of Chicago.

El objetivo del inquieto saxofonista es expresar el momento, hacer volar por los aires cualquier ley escrita

Coleman, que sufrió el retraso de su vuelo y acudió directamente a las pruebas desde el aeropuerto, no trajo su conjunto habitual Five Elements, sino un trío más ligero, Reflex, con el que se presenta muy raramente.

Músico de intensidad única, investigador de todo tipo de lenguajes, Coleman y sus Reflex son, sobre todo, una máquina rítmica imparable que puede llevar al oyente de un lado a otro sin descanso. Acompañado por el bajo eléctrico de Rich Brown y la batería de Sean Rickman, ofreció una noche de jazz visceral en la que se podía esperar lo inesperado: música de alta energía, basada en ritmos intrincados y contundentes que invitaban a improvisar con otro pulso vital.

Todos demostraron estar influídos por la filosofía M-Base, movimiento surgido hace años en Nueva York para agrupar lo mejor de las músicas negras y hacerlas avanzar en bloque. Coleman fue el más elocuente a la hora de expresar sus convicciones; tocó henchido de ideas que fluyeron a través de una sonoridad rotunda y un fraseo pletórico de fantasías.

La música parecía algo esquiva de entrada, pero va calando como la lluvia fina y al final hace prisioneros. Ahí estaban James Brown y Public Enemy, Jimi Hendrix y Duke Ellington, Louis Armstrong o Kanye West. Tocaron piezas propias y dejaron caer algunos estándares, como The way you look tonight, camuflados no sé muy bien si con la intención de ailviar, de refrescar el contenido, de permitirse algo reconocible, que el saxofonista introdujo en solitario y lo acercó a dominios terrenales. No es música fácil de escuchar, pero precisamente por eso puede elevarte más.

Steve Coleman con su saxofón alto

Steve Coleman con su saxofón alto / Iván J. Urquizar

Con un outfit muy rapero y gorra beisbolera puesta del revés, Coleman empezó a soplar, primero de manera especulativa y después con exultante autoridad, sobre una granítica sección rítmica. El planteamiento era tocar sin pausas largos desarrollos donde primaba la improvisación y el sonido vocalizado y obsesivo del saxo, secundado por la inagotable batería de Rickman.

Inquieto saxofonista

Steve Coleman y sus Reflex se mueven al son de la música repetitiva y minimalista. Transitaron por diferentes tonalidades que dan lugar a otro cambio rítmico y otra improvisación como si de una montaña rusa se tratase (crescendo y decrescendo); un laberinto que atrapa al oyente sin escapatoria, como en un bucle infinito e hipnótico que no deja escapar ni la luz. Música de alto riesgo.

Con el trío a lo ancho del escenario, el bajista en el cento sentado en un taburete, la única comunicación parecía ser una mueca occasional, una mirada de reojo o unas risas, mientras interpretaban composiciones como Reflex o 9 to 5.

Las primeras notas de Coleman fueron dulces, sostenidas y humedecidas por un toque de vibrato, pero pronto estaba tocando variaciones diminutas sobre un tema retorcido, sus frases en bucle ancladas solo por un riff de dos notas del bajo de Rich Brown. Su saxo alto tiene una calidad fresca pero implacable. Su forma de tocar se opune a la armonía; su fraseo se parece a veces al de Parker, le gusta pensar («Mi saxo sigue pensando», dijo), no en compases sino en frases repetidas y entrelazadas, y alguna pieza cambió de humor con urgencia, con un ritmo desequilibrado: inquieto, urbano, rara vez tranquilizador. Brown tocaba el bajo eléctrico de una manera posiblemente única, aunque nunca suena a bajista funk como, por ejemplo, Marcus Miller. Toca melodías cíclicas con una fluidez parecida a la de una guitarra, pero la sonoridad de su instrumento es menos redondeada. Su conexión con el batería es total. Rickman tiene raíces como baterista de funk, pero hay una cualidad relajada en su trabajo, un ruido como muy de Elvin Jones. Todos suman desde lo individual, porque cada uno forma parte del todo musical de Coleman, y la escucha resulta hipnótica, por momentos mántrica. Bajo y batería seguían las ideas de Coleman con una intuición pasmosa, aunque a veces parecían no comprender lo que estaba sucediendo.

Coleman no valen las medidas tintas: o conectas con su propuesta artística, o estás perdido

El objetivo del inquieto saxofonista de Chicago es expresar el momento, hacer volar por los aires cualquier ley escrita. No tienen lista de canciones. Todo es espontáneo - un tipo avanza por el pasillo, sube al escenario, le dice algo, y desaparece entre bambalinas-.

Es sorprendente cómo un universo tan hermético como el del saxofonista sigue creciendo y sonando completamente moderno tanto tiempo después de sus primeros pasos en los ochenta. Su música enrevesada y magnética, llena de polifonías en las que no se puede dejar de cabecear al ritmo de la banda, no da tregua. Todo por el ritmo, que remitía en última instancia a África.

Hacia el final, Coleman entonó lo que parecían cánticos africanos. Acompañado por un cencerro y las palmas del batería, inició una conga con la que intentó que el público le secundara («Venga, es fácil»), y siguió con onomatopeyas sin demasiada respuesta, mientras el bajista se reía y la gente huía despavorida.

Change the Guard, Fire, Neutral Zone o Law fueron dando forma a la estructura final del concierto. Coleman se dirigió al público solamente para presentar a sus acompañantes. Recogió una bolsa del suelo y se marcharon. Tras esta despedida un tanto fría volvieron a salir, a falta del bajista («El bajista ha desaparecido»), que tardó en reaparecer para anunciar que estarían firmando discos, porque les gusta estar más cerca de la gente, y «conocer a algún saxofonista», dijo Coleman, que aprovechó para reprender sin acritud al público: «Tíos, sois muy reservados».

Un concierto, en definitiva, tan intenso que llevó a más de uno a removerse incómodo en su asiento, mientras que otros seguían el ritmo como podían. Y es que con Coleman no valen las medidas tintas: o conectas con su propuesta artística y sus principios, o estás perdido. Quien resistió quedó atrapado.